Se está levantando el viento de Copi


Tenía 16 de años y desde muy chiquita me dedicaba a estudiar actuación a la salida del colegio. La mamá de una amiga era asistente de dirección en una obra, por lo que me emocionaba mucho ir a verla (para mí era un evento maravilloso conocer personas que trabajaban activamente en el teatro, me hacía sentir más cerca de mis sueños de profesionalización). Desconocía a su autor, y aún no contábamos con la herramienta de googlear rápidamente para adquirir algunos tips sobre su biografía. Así que, con una inocente ignorancia, fui a ver la pieza que se daba en una hermosa sala off de la avenida Corrientes. La obra era Cachafaz de Copi.

En poco menos de una hora lloré, estallé de risa, no podía creer lo que estaba viendo. Los personajes se comieron a otros, se amaron, se odiaron, hicieron justicia por mano propia, murieron, se despidieron. Todo contado a modo de poema trágico gauchesco-lunfardo, lleno de atrevimiento, ironía y sarcasmo. Salí del teatro y corrí a la librería a comprarme todos los libros que hubiera de Copi. En el año 2001, gracias a la editorial Adriana Hidalgo podíamos acceder a Eva Perón,

Cachafaz y La sombra de Wenceslao.

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“La época de la imaginación es una deformación de la memoria” le dice Copi a José Tcherkaski en una famosa entrevista. Esa obra, esa hora de mi vida, quedó en mi memoria por siempre y se deformó y transformó en imaginación. Soñé con ella, la leí infinitas veces, hasta que en el año 2011 decidí montarla. Tenía mi título de Directora Teatral oficiado por la EMAD y alguna experiencia que había adquirido gracias a asistir a mis maestros (Andrés Bazzalo y Cocho Paolantonio), y a dirigir obras entre amigos y amigas. Me sentía empoderada y tranquila, ignoraba absolutamente que mi forma de ver el teatro y la vida, iban a cambiar para siempre.

“Muramosnós, se está levantando el viento” le dice La Raulito a Cachafaz en la frase final de la obra; un poema de amor y vida al nivel de grandes autores como Shakespeare o Lorca. Me sentí arrastrada por sus vientos que levantan emociones de todo tipo. No deja nada librado al azar y se sirve de toda la crueldad y la ternura que implica vivir, para tocar las fibras sensibles de quienes tenemos la suerte de transitarlo en sus infinitas versiones. La libertad de Copi nos desafía, nos hace cuestionar si estamos preparados y preparadas para realizar un viaje hacia lo profundo a través del juego explícito y el desprendimiento de todos los esquemas.

Hoy, 24 años después de nuestro primer encuentro, decidí volver a prestarme a su aventura y poner en escena Le frigó de Copi. Si hay algo que aprendí con Cachafaz es que este juego, se juega con un equipo atrevido y divertido. Manu Fanego, protagonista de este unipersonal, le calza a Copi a la perfección y el resto del equipo, no se queda atrás.

En esta obra se mete con la soledad extrema, que nos fuerza muchas veces a los límites de la locura; se mete con la violencia física y psicológica que nos infieren las construcciones sociales como la familia, el trabajo; con las exigencias sobre el cuerpo, la edad, el género y la sexualidad. Vivimos tiempos en los que la crueldad se impone como forma de vida, de vinculación, donde muchas personas se ven forzadas a recluirse para encontrar una suerte de “protección” frente al mundo. Copi nos recuerda que el juego, el amor y la ternura son la salvación, nuestras armas de liberación.

Hoy tenemos la suerte de contar con toda su obra traducida al español (era argentino, pero escribió en francés ya que vivió su adultez en París) y la obra de muchas personas que piensan su producción. Hace varios años que no lo vemos en la escena porteña, por lo que siento una responsabilidad y una alegría inmensas –compartidas con el equipo– por estar trayéndolo nuevamente. Invito a todas las personas a que se dejen llevar, arrastrar y levantar por los vientos de Copi sin hacer fuerzas por mantenerse en pie.

*Directora de Le frigó



Fuente: www.perfil.com

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