Se enamoraron en un show, formaron una banda y ya llevan 40 años tocando: el romance más sólido (y perfil bajo) del rock

 

“Cuando nos conocimos descubrimos que habíamos coincidido en muchos conciertos (…) incluso nos habíamos quedado dormidos en uno de Jerry Garcia…”, dijo él en una entrevista con Relix Media.
En esa época -finales de los setenta y comienzos de los ochenta- era cronista habitual de la escena musical neoyorquina. Publicaba sus críticas en medios como SoHo Weekly News, New York Rocker o The Village Voice.
Cuando saltó del otro lado, al de la propia escena, ingresó por atrás. Por los cables. Por la electricidad. Fue técnico de sonido y, más adelante, músico de apoyo en pequeñas bandas locales.
El boom cultural de los 60 había quedado atrás. Nueva York vivía otra energía. La crisis económica, lo experimental, la marginalidad, las artes combinadas y los grafitis eran pesados eslabones de las expresiones más auténticas.
Los papás de ella eran animadores. Hacían películas experimentales con técnicas poco usuales. Creció entre dibujos. De ahí que en el colegio eligió lo visual por sobre el sonido (y eso que fue marcada por una charla que dio John Lennon el histórico día que visitó la escuela).
Pasó un tiempo hasta que lo colaborativo de la música la sacó de la soledad de la pintura. Habitué de recitales de la escena punk o new wave neoyorquina, en su caso ingresó al otro lado no por atrás, sino por delante: saltó de los campos a los escenarios para ser baterista de la banda de una amiga.
Medios especializados, como Pitchfork, especifican que se conocieron en el Maxwell’s de Hoboken, Nueva Jersey, mientras veían The Feelies el fin de semana del 4 de julio de 1980. Pero el inicio exacto de su romance no deja de ser incierto.
No pasó mucho tiempo entre la oficialización de su relación y la creación de la banda con la que irían tomados de la mano durante el resto de su vida.
El nombre del grupo que formaron en 1984 que desorienta a los distraídos se les ocurrió a partir de una anécdota del béisbol protagonizada por dos jugadores de los New York Mets, club del que él es fanático. Curiosamente, uno de ellos era venezolano: Elio Chacón.
Pareja y banda se desarrollaron juntas con la misma intensidad, solidez y el denominador común del perfil bajo. Sin dar explicaciones, sin muestras de afecto excesivas, sin contratos con grandes disqueras, sin colaboraciones estridentes (a excepción de la de Yoko Ono), sin buscar hits.
Él dijo a El País: “Lo nuestro funcionó desde el principio. Y mejoró a medida que mejoraba nuestro sonido”.
Con 17 álbumes de estudio y cuarenta años en su mochila, hoy componen una de las bandas independientes estadounidenses más experimentadas y aclamadas por la crítica internacional. Un raro fenómeno que, si se puede trazar una analogía con el fútbol, es equiparable con el de los clubes que mantienen al mismo director técnico durante décadas.
Ira Kaplan y Georgia Hubley son una pareja culta y de culto. Juntos son Yo la Tengo.
En compañía de James McNew, su bajista desde el ’92, tocaron el fin de semana en el Music Wins de Buenos Aires. Fue su regreso a la Argentina tras once años.
La explicación de su constancia puede que tenga que ver con esa capacidad de permanencia. Una vez más quedó demostrado -en esta oportunidad ante sus fieles sudamericanos- que la música, la pareja y el amor funcionan, en su caso, como una trifecta que se retroalimenta. Yo la Tengo continuará, como el verdadero amor, hasta que la m… los separe.
Fuente: www.clarin.com
			
		
				
					


