Por qué este miedo está en todos lados otra vez, dice Gabriel Rolón: “te paraliza y no te deja crecer”

En un contexto donde las relaciones, los proyectos personales y los vínculos parecen tambalear ante incertidumbres, el reconocido psicoanalista Gabriel Rolón advierte sobre el miedo.
Para Rolón, ese miedo que parece haberse vuelto omnipresente —ya sea en el amor, en la soledad, en los proyectos, en la vida diaria— tiene consecuencias profundas. A su juicio, cuando ese miedo no se reconoce ni se procesa, paraliza y bloquea el camino al crecimiento, la posibilidad de vínculo auténtico y la búsqueda de sentido.
Rolón plantea una diferenciación crucial en cuanto al temor: no todo miedo es igual, y no todas las manifestaciones de miedo deben tratarse con rechazo inmediato. En su análisis, la clave está en cómo nos relacionamos con ese miedo ya sea como señal protectora, o como arma de inmovilización.
Cuáles son las diferencias entre miedo funcional y miedo paralizante
Según Rolón, el miedo cumple una función biológica y emocional ya que advierte peligros reales, alerta sobre riesgos, nos protege cuando la vulnerabilidad aparece.
Ese miedo “funcional” (una señal de alarma que activa nuestra capacidad de defensa) tiene un valor adaptativo. Por ejemplo, puede evitar que entremos en relaciones que previamente muestran desequilibrio, o que nos expongamos sin cuidado ante situaciones de fragilidad.
Pero hay otro tipo de miedo que destaca por sus efectos paralizantes. Ese miedo que “te paraliza y no te deja crecer” aparece cuando anticipamos sufrimientos, fracasos, críticas sociales o personales.
Ese miedo que “te paraliza y no te deja crecer” aparece cuando anticipamos sufrimientos, fracasos, críticas sociales o personales. Foto: UnsplashEn palabras de Gabriel Rolón, muchas personas dejan de iniciar proyectos, de construir vínculos o de permitirse amar porque “no hago porque tengo miedo al fracaso”.
Para él, ese miedo no es un mecanismo de defensa válido ya que se convierte en prisión interna, en límites autoimpuestos y en pérdida de oportunidades.
Lo más peligroso es que muchas veces ese miedo se disfraza de decisión consciente —“prefiero soledad”, “mejor no arriesgarme”, “no quiero sufrir”— cuando en realidad lo que hay es una fuga desde el miedo.
Cuando el miedo al fracaso amoroso condiciona la vida
Una de las aristas que más alerta Gabriel Rolón es la del vínculo afectivo. Según su mirada, vivimos un momento en que muchas personas “fingen amar su soledad” cuando, en realidad, se alejan por temor: al rechazo, al abandono, al fracaso amoroso.
Ese miedo al amor asusta ya que duele prever la herida, duele aceptar la vulnerabilidad, duele imaginar el desamor. Entonces, muchas veces la respuesta automática es la retraída: “A mí, dejame solo que estoy bien”.
Pero esa soledad autoproclamada no siempre es elección; muchas veces es una defensa, puede ser una forma de evitar que el miedo vuelva real un dolor.
El problema, según advierte el psicoanalista, llega cuando el miedo que paraliza define nuestro modo de vida. Cuando priorizamos la autoprotección sobre la posibilidad de amar, de abrirse al otro, de construir vínculos, de arriesgar.
Entonces, el miedo deja de ser herramienta de cuidado y se convierte en cárcel emocional.
Cómo reconocer y enfrentar los miedos que paralizan
Rolón propone una serie de claves para distinguir los miedos útiles de los que inhiben, para que la palabra “miedo” no se convierta en frontera definitiva.
- Escuchar el miedo como señal, no como excusa: si el miedo surge como alerta frente a un riesgo concreto, conviene considerarlo, escuchar qué quiere decir. Pero si aparece como muralla permanente que impide actuar, conviene cuestionarlo.
- Evaluar riesgos y posibilidades reales: no todos los temores tienen la misma dimensión: hay miedos adaptativos que nos protegen, y miedos exagerados que distorsionan la percepción de la realidad y limitan la acción.
- Diferenciar entre miedo natural y miedo instalado: a veces, ese miedo paralizante no nace de una amenaza real, sino de heridas anteriores: traumas, fracasos, experiencias negativas. Esos miedos requieren otra mirada: no ignorarlos, pero no dejarlos condicionar todo.
- Atreverse a sentir, aún con miedo: para Rolón, la valentía no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de actuar a pesar de él. “Vale la pena” arriesgar, abrir vínculos, intentar, amar, emprender.
El miedo como síntoma social
Más allá de lo individual, Gabriel Rolón sugiere que este miedo colectivo —a fracasar, a enamorarse, a comprometerse, a proyectos, a la vulnerabilidad— es parte de un contexto más amplio.
En una sociedad marcada por la inestabilidad, la incertidumbre, la sobrexposición, la prisa, la superficialidad, el miedo ha ganado espacio.
La psicología contemporánea se enfrenta al reto de devolver significado a la vulnerabilidad, de legitimarla como parte del vivir, de rescatar la posibilidad de arriesgar como una apuesta sustentable a la autenticidad.
Gabriel Rolón sugiere que este miedo colectivo es parte de un contexto más amplio. (Foto: MARCELO CARROLL).El miedo deja de ser un defecto o un signo de debilidad y pasa a transformarse en una señal, en un síntoma, en un espejo de lo social.
Para Rolón, el llamado es claro: no huir del miedo, no postergarlo, no idealizar la seguridad absoluta. En su lugar —dice— conviene mirarlo, escucharlo, ponerlo en tensión, y decidir.
Porque muchas veces lo que está en juego no es solo un paso hacia un vínculo, un trabajo, un proyecto: está en juego el deseo de vivir con plenitud, con riesgo, con sentido.
Fuente: www.clarin.com



