Pasión, ego e infidelidades: la compleja historia de amor de Rudolf Nureyev y Erik Bruhn

Superaron rivalidades y congeniaron, con turbulencias, trabajo y romance. Ambos fueron tremendamente exitosos en la danza clásica, uno con personalidad escandalosa y el otro más de perfil bajo. Algo que coincide con el lugar donde descansan los restos de cada uno.

El soviético renegado Rudolf Nureyev, uno de los bailarines clásicos más famosos del mundo, y el danés Erik Bruhn, quien dirigió el Ballet Nacional de Canadá y el Ballet Real Sueco, aprendieron el uno del otro con suma pasión.

Para cuando se conocieron en 1961, Bruhn tenía 32 años y Nureyev 23. El primero ya estaba consagrado como “el principal bailarín masculino de Occidente”, según sus propias palabras en una entrevista a su biógrafo John Gruen. Con semejante gloria, aquella relación le significó una “nueva fuente de inspiración” con la que liberarse y tener “mayor soltura”, contó.

Contrario al mito de que Nureyev se presentó en la puerta de la casa de Bruhn, en realidad se conocieron en Copenhague por intermedio de la bailarina Maria Tallchief. El joven ruso –que para este primer encuentro ya había desertado de la URSS en París-, tuvo una gran admiración por el danés desde el momento en que lo vio en una película “pirata” en su tierra natal.

Admiración y amor mutuo entre aventuras e infidelidades

“Nunca vi a un hombre en el escenario tan grandioso e inspirador, y creo que yo significo lo mismo para él”, dijo Nureyev sobre Bruhn en una entrevista. Ese reconocimiento artístico dejó una marca perdurable en el historial amoroso de Nureyev, que se destacó por relaciones intensas tanto con hombres como con mujeres.

Era bastante reservado sobre su sexualidad frente a la prensa. Lo más cerca que estuvo de hablar sobre el tema ocurrió durante una entrevista de 1991. “Saber lo que es hacer el amor como hombre y como mujer es un conocimiento especial, fue una de sus frases rescatadas por Vanity Fair en el artículo The Last Days of Nureyev.

Pero el vínculo con Bruhn había sido el más duradero. Con pesares incluidos por separaciones ante los fuertes contrastes entre las estrellas y las peleas motivadas por el “apetito sexual voraz” de Nureyev.

Intentaron convivir en varias oportunidades, pero la carrera de cada uno los mantenía separados. Aunque extraordinariamente compartieron escenario en el verano de 1975 en Nueva York con la obra Coppélia.

Rudolf "Rudik" Nureyev tenía un fuerte carácter. Foto: ArchivoRudolf “Rudik” Nureyev tenía un fuerte carácter. Foto: Archivo

“Si me escribes o me llamas para decirme que tu amor por mí sigue siendo fuerte, me devolverás la energía, la confianza y la esperanza”, se sinceró Erik en una de las rupturas, en una carta publicada por su biógrafa Julie Kavanagh.

“El sol y la luna”: las diferencias entre Rudolf Nureyev y Erik Bruhn

“Día y noche, sol y luna. Erik era extremadamente refinado. Podría haber parecido fríamente nórdico, pero era profundamente sensible, recordó Elisabetta Terabust -quien bailó con ambas figuras- en la serie Artistas enamorados de Sky Arte.

“Nureyev, en cambio, era una fuerza de la naturaleza. Bailar con él siempre me asustaba, porque era magnético y cautivador”, admitió sobre su par ruso. Sobre la relación romántica, reconoció que “poca gente lo sabía” al ser los años 60, momento en que “no era normal ver parejas homosexuales”.

Erik, nacido en la capital dinamarquesa en 1928, indudablemente se destacó por su baile sutil, con pasos precisos y la representación máxima de la suavidad. A los 9 años ingresó a la Escuela del Real Ballet Danés, la misma que tiempo después tuvo el ofrecimiento de dirigir, pero que rechazó no una sino dos veces.

El “mejor danseur noble” de su generación -según se lo calificó- tuvo su debut internacional en Londres. Se lo consideró uno de los últimos “exponentes puros” del método Bournonville, una técnica de ballet clásica danesa, creada por August Bournonville, que se caracteriza por su ligereza, alegría y naturalidad.

Posteriormente a su estreno en la isla europea, Bruhn desarrolló su carrera en el American Ballet Theatre, de Nueva York. En aquella institución grabó la película que llegó de forma clandestina a la tierra natal de su futura pareja.

En 1969 regresó a su país de origen para realizar la obra Giselle junto a Alicia Alonso, interpretación que causó furor. Tal aspecto cosmopolita se combinó a la medida con el ambicioso e imparable Nureyev.

Por un cáncer se pulmón, el danés falleció en 1986. Dijo adiós en Toronto, Canadá, a los 57 años, y se dio punto final a la intermitente relación romántica –hubo varias idas y venidas- que mantuvo con su colega.

Se había retirado del escenario en 1972, luego de una exigente autodisciplina. “Era como un adicto. Me temblaba el cuerpo si descansaba dos o tres días”, confesó Erik en una entrevista rescatada por el New York Times.

Por la otra parte, Rudolf, de un andar determinante, también dio saltos fuera de sus fronteras, aunque más cerca del peligro. Tenía un carácter explosivo y desafiante, al punto de que su descontento con la Unión Soviética causó malestar en las altas cumbres: el gobierno de Nikita Kruschev ordenó el asesinato –no realizado- del muchacho, según consta en archivos de la KGB.

Desertar de la URSS: el susurro que le permitió a Nureyev el asilo político en París

Así como en el ballet, las vueltas de la vida llevaron a Nureyev hacia distintas direcciones. Hijo de padres tártaros musulmanes, el artista nació en 1938 arriba de un tren en Siberia. Aquel particular hecho fue una especie de presagio sobre el futuro desarraigado del niño.

Pero antes debía atravesar la pobreza y el hambre. Criado junto a sus cuatro hermanas en la ciudad siberiana Ufá, en la casa debían turnarse el uso de los pocos zapatos que tenían para salir. Además, su madre le hacía arreglos a la ropa de las niña para vestir al pequeño, contó la estudiosa de ballet ruso Irina Klyagin a PastLoves.

“Nunca tuve lugar para estirarme por completo en mi cama”, llegó a contar la propia estrella sobre el pequeño cuarto en el que pasó su infancia.

El momento en que le nació la pasión por este arte –con el que también admitió haberse relacionado de forma “adictiva”- ocurrió cuando, a los siete años, su madre lo llevó al único teatro de ópera local.

La mujer había comprado una sola entrada para la obra de ballet, pero con el tumulto que había en aquella Nochevieja toda la familia pudo ingresar a ver el espectáculo. Desde entonces Rudolf –apodado Rudik– no pensó en otra cosa mas que en la danza clásica.

Un año después, con el apoyo de su madre, empezó clases de ballet, pero no fue hasta su adolescencia que comenzó a estudiar de forma profesional. A los 17 años entró a la famosa Academia Vaganova en Leningrado (hoy San Petersburgo), pero estaba “atrasado” en relación a sus compañeros.

Pronto conoció a su gran mentor, Alexander Pushkin. A los 20 años fue invitado al Ballet Kirov, y un accidente físico ocurrido un año después lo llevó a convivir con el renombrado maestro. Es que en 1959 Nureyev se había roto un ligamento de la pierna, y el profesor con el mismo nombre del poeta ruso lo invitó a mudarse con él y su esposa, Xenia.

Nureyev, de estilo extravagante y transformador, causó furor con Margot Fonteyn. Foto: ArchivoNureyev, de estilo extravagante y transformador, causó furor con Margot Fonteyn. Foto: Archivo

En la primavera de 1961 se fue de gira por París y Londres con el Kirov, y a su extravagante y estilizado estilo que imitaba a las bailarinas le siguieron miembros del KGB. Estos vieron con descontento su inmersión en la cultura francesa, en la que Nureyev cultivó varios amigos.

Tal rebeldía hizo que los agentes rusos le informaran que, en vez de volar a la capital del Reino Unido, tenía que volver a Moscú para una actuación en el Kremlin. En el aeropuerto de Le Bourget, el joven de 23 años se largó a llorar temiendo lo peor: “Si salgo de aquí no regresaré más a Europa”, le dijo a su colega Pierre Lacotte.

A partir de entonces comenzó la espontánea deserción que terminó siendo un fuerte mensaje en el contexto de la Guerra Fría.

La policía francesa -vestida de civil- se acercó sutilmente a Nureyev luego de la intervención de Clara Saint, una amiga que se había hecho y que era la prometida de uno de los hijos del ministro de Cultura de la época, André Malraux. Nureyev dio seis pasos hacia los oficiales y les dijo: “Me gustaría quedarme en su país”.

Ocho meses después estaba bailando con Margot Fonteyn, quien a los 42 años decidió alargar su carrera a pesar de que ya era la bailarina más importante del mundo occidental. Por su parte, Nureyev llegó a ser el director del Ballet de la Ópera de París durante seis años y amasó una fortuna impresionante.

Su círculo social incluyó figuras como Jackie Kennedy Onassis, Andy Warhol, Mick Jagger. Le encantaba hacer cenas en sus apartamentos repletos de arte en Paris y Nueva York. Pero tanto el éxito como la soledad que sentía en el lujo se terminaron a los 54 años.

Con su muerte en 1993 por complicaciones relacionadas con el SIDA -enfermedad que intentó ocultar- una fundación que lleva su nombre recibió 33 millones de dólares.

Sus restos se encuentran en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois, cerca de París, con una tumba más que especial: un manto colorido y único, separado de la desapercibida tumba de Erik en el cementerio de Mariebjerg, Copenhague.

Fuente: www.clarin.com

Artículos Relacionados

Volver al botón superior