Operativo Cóndor Azul, la movida de un sector aeronáutico que anticipó el golpe del 76


“Yo no voy a pasar a la historia como el hombre que traicionó a la mujer de Perón.” (Italo Luder, presidente provisional del Senado, a cargo del Poder Ejecutivo por la licencia de María Estela Martínez de Perón, presidenta constitucional luego de su estado de viudez desde el 1° de julio de 1974, cuando murió Perón, de quien había sido su vicepresidenta. Frase repetida como un karma entre septiembre y octubre de 1975).
“Cuídese, señora, porque a usted la van a echar en marzo”. (Brigadier general Héctor Fautario, en mensaje hecho llegar a la Presidenta María Estela Martínez, a través del edecán de Aeronáutica, visto que la jefa de Estado se negaría a concederle audiencia a Fautario, como el aviador solicitaba. 18 de diciembre de 1975)
Cincuenta años después, esas dos frases, dichas con pocos meses de diferencia, permiten dar mejor contexto a aquel tiempo. Isabel Perón, con su salud estragada, los nervios destrozados, la íntima convicción de que las exigencias del poder sobrepasaban su capacidad resolutoria, y sobre todo la depresiva soledad que sufría desde que “el hermano Daniel”, nombre esotérico de José López Rega, su guía espiritual y numen político, quien había sido barrido de la escena por la presión sindical, aceptaría finalmente hacer uso de una breve licencia en la serranía cordobesa de Ascochinga.
El 13 de septiembre, Isabel Perón delegaría el mando en el senador Italo Luder. Sus damas de compañía en esa excursión en busca de días sedativos y de nuevas energías serían Raquel Hartridge, Delia Veyra y Lía González, las esposas de los más altos jefes militares del país: Videla (Ejército), Massera (Marina) y Fautario (Fuerza Aérea). En sus lechos matrimoniales, al menos dos de ellas seguramente sabían que estaban allí para dar prematuro comienzo al metafórico velatorio de quien ya era un cadáver político. Por eso mismo, en corrillos, cenáculos, y mentideros de la época, estaba claro que aquel descanso sería aprovechado en la Casa Rosada y en los cuarteles para una ardua y compleja negociación que pretendía transformar la licencia de la viuda de Perón en una renuncia constitucional, con Luder como único reemplazante posible. Al menos, el único entre los civiles.
En Ascochinga, lejos de ese hervor político, la Presidenta retribuía a sus damas asistentes con joyas, bijouteries y prendas top, entre los regalos más valiosos que les daba en su carácter de ingenua anfitriona. Al parecer, la jefa del peronismo ignoraba que estaba durmiendo con el enemigo. Pronto se enteraría. Al fracasar todas las rondas de negociaciones y las salidas con remiendos constitucionales, Isabel decidiría retomar al poder el 17 de octubre de 1975, en un acto celebratorio de la liturgia justicialista más tradicional (Día de la Lealtad), con una plaza de convocatoria menguada, más simbólica que otra cosa.
El país era un caos sin remedio: las calles, una siembra diaria de cadáveres, secuestros extorsivos, atentados, conflictos sindicales rabiosos. Se sucedían las batallas callejeras entre bandas de ultra derecha cobijadas por el poder y los ataques arteros del terrorismo de izquierda, disfrazados de principios amañados que prometían justicia social y elevar los estándares de vida de los pobres. Montoneros acababa de intentar el copamiento del Regimiento de Infantería de Monte 29. en Formosa; el ERP estaba decidido, y armado, para dar el “combate final” contra las FF.AA. para tomar el poder
Un día después del discurso de Isabel en la Plaza, en el cual reclamó “la unidad del peronismo”, ratificó la voluntad del gobierno en combatir la “subversión apátrida” y se quejaría del “terrorismo económico”, los jefes militares Videla y Massera acordaban que el golpe era la única salida para las Fuerzas Armadas, que tendría lugar en la segunda quincena de marzo, y que “correría toda la sangre necesaria” para recuperar y sanar a la Argentina.
Sin embargo, la Aeronáutica, al mando del brigadier Fautario, aun coincidiendo en la necesidad de darle máxima intensidad a la ofensiva contra la subversión, no aprobaba la idea de un golpe de Estado. “No estamos hechos para gobernar, ya lo hemos intentado varias veces y siempre fallamos”, se le escucharía decir en aquel tiempo. El aviador apostaba a la represión en el marco de la legalidad, con la esperanza de persuadir a Luder y llegar de ese modo a las elecciones de octubre de 1976, ya anunciadas por la presidenta.
Con ese clima de desasosiego institucional, el 18 de diciembre se desataría el operativo Cóndor Azul, al frente del brigadier Jesús Orlando Capellini, uno de los jefes militares convencidos de la solución armada. Fue un intento de golpe de Estado de un sector de la Aeronáutica para destituir a Isabel, pero sin el necesario consenso en las otras armas. Videla -quien estaba en Venezuela en viaje institucional y regresaría de urgencia- apenas tres meses antes había sido designado por la propia presidenta comandante del Estado Mayor Conjunto. Paradojas de la vida militar y la política argentina: Videla estaba en disponibilidad, casi jubilado, y por orden de la propia jefa de Estrado pasaría a ser el más encumbrado de los golpistas. Y su principal verdugo. No desaprovecharía ninguna de las oportunidades.
El historiador, periodista y escritor Marcelo Larraquy cuenta en “Los días salvajes/Historias olvidadas de una década crucial 1971-1982”, que “la insurrección se había iniciado por la mañana del 18 de diciembre con el secuestro de la máxima autoridad de la fuerza, brigadier Héctor Fautario, y un grupo de colaboradores, cuando se disponían a viajar a Córdoba”. Una vez liberado, Fautario intentaría advertir la Presidenta acerca de su posible destitución. La viuda de Perón se pegaría un tiro en el pie: no sólo no recibiría a Fautario, sino que lo destituiría del cargo de comandante y dejaría en consecuencia las manos libres a los conspiradores: allí fue cuando dejaba en Olivos la nota de “cuídese, señora…”
Argentina era un país ficcional. Con un golpe en ciernes, la vida transcurría como si nada. Larraquy detalla lo que sería la máxima tensión: al mediodía del 20 de diciembre aviones Mentor de la Fuerza Aérea hacían vuelos rasantes sobre la Casa Rosada. No hubo bombas ni muertos. Isabel, junto a Lorenzo Miguel y algunos funcionarios, se refugiaron en los sótanos de la Rosada. Desde el día 18, la VII Brigada Aérea de Morón y el Aeroparque Metropolitano estaban tomados por los rebeldes, un grupo aislado y solitario.
Acorralada, indefensa, la jefa de Estado instruyó a su ministro de Defensa, Tomás Vottero, a que se entrevistara con Videla y Massera, a quienes creía neutrales. Vottero volvió con el parte: “Quieren que usted nombre a Agosti al frente de Aeronáutica”. Isabel lo hizo. Unificó así a los golpistas. El único militar legalista (el brigadier Fautario), había sido desplazado. Vía libre para el golpe, aunque la insurrección más violenta jamás conocida pasaría a marzo.
Los acontecimientos se sucedieron a puro vértigo. El 22 de diciembre una bomba solitaria cayó sobre las afueras de la base aérea de Morón, en una zona arbolada y deshabitada. ¿Buena o mala puntería? Capellini y sus rebeldes se rindieron. Los tres comandantes dieron su apoyo al Gobierno. El 23 Agosti tomaba posesión de su cargo como nuevo jefe aeronáutico. El 24 de diciembre Videla viajaría al monte tucumano para pasar Nochebuena con los soldados que combatían al terrorismo del ERP, allí refugiado, mientras apuraba la toma de un arsenal en Monte Chingolo, donde eran esperados para una masacre. Desde Tucumán, Videla lanzaría su famoso ultimátum al gobierno para restablecer “el orden en el país”. La viuda de Perón se disponía a celebrar las Fiestas: creyó que lo peor ya había pasado. En verdad, recién estaba por comenzar.
Fuente: www.clarin.com



