“No hay rentabilidad en la música que se corre del canon”


Hay un cambio drástico entre la música en la que Javier Sisti Ripoll viene trabajando hace ya veinte años con su banda, 107 Faunos, y el primer álbum solista que acaba de lanzar como Gato 107. Ya desde el título, Aburrimiento suicida propone ideas y atmósferas que permiten etiquetarlo como “dark”. No tanto por responder al canon sonoro de aquellas grandes bandas inglesas que explotaron en los años 80 (de Cocteau Twins hasta The Cure pasando por Bauhaus y Siouxsie & the Banshees), sino por el espíritu sombrío, escéptico que transmiten sus tracks. Este músico y artista plástico de La Plata consiguió comprimir un discurso que oscila entre la angustia y la provocación.

“En algunos shows solistas que hice en los últimos años probé con canciones inéditas que ni siquiera habíamos ensayado con 107 Faunos –explica Gato–. Estaba encarando el proceso de composición a partir de un kit de sonidos electrónicos, y las posibilidades sonoras que tenía me fueron alejando del formato de canción más tradicional. Fueron saliendo cosas que no podía tocar con la banda. El resultado de toda esa actividad fue el germen de Aburrimiento suicida”.

Otro disparador importante fue Gritos de neón, un libro de Kit Mackintosh editado en español por Caja Negra. “Ese libro funcionó como un catalizador de todo este proceso –asegura el músico–. En realidad, las canciones partieron de maquetas que empecé haciendo para 107 Faunos, pero que excedieron el formato de la banda. Después empecé a trabajar con Pedro Cerván Lacunza, alguien que la tiene bastante clara en las interfaces de sonido digitales y en la ingeniería de audio, como para hacer crecer el sonido. El primer tema que hicimos, N27, nos llevó como seis meses para llegar a la versión final de la mezcla. Y ya a partir de ahí todo empezó a salir más fácil. Cuando nos quedamos sin material empezamos a trabajar en base a pequeños fragmentos de música y letra haciéndolos crecer, dándoles un formato más cancionero. Hacer este disco nos llevó finalmente cerca de un año y medio de trabajo, con mucha experimentación de por medio. Estaba listo para salir hace más de un año, pero por diferentes problemas de agenda recién lo lanzamos en mayo de 2025”.

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—¿Hubo alguna influencia decisiva para esta nueva faceta musical?

—Este libro me hizo sumergir en la idea de la voz aumentada como una prótesis futurista, muy por fuera del canon del indie rock en el que siempre me moví. Y después, podría nombrar a muchos artistas bastante diferentes: Joeyy, Sematary, Elusin, Marlon Dubois, Sicut Mors, Cheval Sombre, Harto Falión, Gang Gang Dance…

—Decías que tardaron un año y medio para hacer el disco. En relación con esto, ¿qué implica hoy ser un músico independiente en Argentina?

—Creo que hoy en día ya casi no significa nada. El neoliberalismo hizo que todos seamos “independientes” en muchas áreas de la vida. Tal vez el discurso de la independencia fue un acondicionamiento cool para aceptar la reestructuración económica, política y social del capitalismo avanzado. A mí me encantaría tener más presupuesto para enfrentar la producción de mi próximo disco. Los artistas del primer mundo tienen la ventaja, cada vez más relativa, de pertenecer al centro de una escena con algo más de infraestructura y de moverse en un circuito más amplio. La circulación de la música y de sus fuentes de legitimación se han vuelto tan incomprensibles y caprichosas que hacen que las categorías como “independiente”, “under” o “emergente” queden obsoletas. Los artistas independientes con poca exposición como yo seguramente tenemos vidas parecidas en cualquier lugar del mundo. Capaz que en el primer mundo tienen un piso más alto de satisfacciones básicas resueltas, pero no sé hasta qué punto. Por lo menos, y por ahora, tenemos salud pública. Hace unos años, Christopher Owens –el cantante de Girls– tuvo un accidente de moto en Los Ángeles. Como no tenía seguro médico, no pudo pagar las operaciones ni una rehabilitación adecuada. Terminó con secuelas físicas, sin poder trabajar durante meses, y pasó un tiempo viviendo en la calle. Es una historia brutal y muy representativa: un artista reconocido, con discos elogiados por la crítica, completamente fuera de cualquier red de contención. Su caso muestra hasta qué punto el mito de la independencia artística puede terminar siendo una forma de vulnerabilidad extrema.

—¿Cuando empezaste con la música tenías otras expectativas?

—No. Siempre imaginé que iba a ser así. Yo laburo en la universidad como docente y tengo la banda. No puedo vivir completamente de la música. Muchos músicos de Estados Unidos que yo admiro vivieron y viven lo mismo en un país con una economía mucho más importante que la de Argentina.

Muchas de mis mayores influencias son las del rock universitario americano. Gente que quería estudiar y trabajar en otra cosa, además de tocar. James McNew de Yo La Tengo es profesor de matemáticas, Robert Pollard es profesor de escuela primaria, Jon Spencer es semiólogo… Y de hecho estoy haciendo mi tesis de doctorado sobre este tema. Se titula “Del hazlo tú mismo al arréglate tú solo” e intenta explicar justamente cómo ese romanticismo de ser tu propio jefe, eso que muchos medios de comunicación impusieron en relación a la independencia como algo deseable, virtuoso y en un punto moralmente correcto es sobre todo un ensayo, una preparación para que encajemos en el futuro del capitalismo de plataformas.

—Algunos de los proyectos que empezaron en el circuito independiente norteamericano se han transformado con el paso del tiempo en bandas con una convocatoria mucho más masiva: Pixies, Sonic Youth, Pavement…

—Sí, claro. Algunos proyectos del indie norteamericano crecieron hasta volverse parte del canon. Incluso, algunas bandas de segunda línea, como Slowdive, hoy encabezan festivales y gozan de un reconocimiento global que en los 90 era impensado. En Argentina, ese salto casi no se da. El público indie es muy etnocéntrico: calibra sus gustos con el termómetro de lo “cool” de afuera y pocas veces confía en lo que tiene cerca. Eso vuelve más difícil que nuestra escena valore su propia singularidad. Un claro ejemplo son los festivales internacionales organizados en Argentina, que suelen presentar artistas del exterior más arriesgados que los artistas locales con los que comparten cartel, que no suelen moverse del pop más convencional y lavado. La aguja del mainstream local tolera la experimentación en lo extranjero, pero acá se festeja lo convencional a pleno. Eso complica un poco las cosas y, tal vez me esté yendo un poco de tema, pero el caso de Paco Amoroso y Catriel abriendo para Kendrick Lamar lo muestra con claridad: Lamar es un poeta con una densidad conceptual enorme, mientras que lo de Paco y Catriel es más hedonista, más de pasar el rato. No está mal, pero el contraste es fuerte. Somos un país pobre y no hay rentabilidad en la música que se corre del canon. Ojo, algunas bandas indies argentinas tuvieron su celebración y cierta legitimación popular en reuniones posteriores a su separación: Suárez, Jaime Sin Tierra…

Eso está bueno, pero se da a una escala muy insignificante comparado con las bandas de afuera de las que hablábamos. En general, la mayoría de las bandas de esa época, y de ese estilo, se mantienen como proyectos de culto, o apenas eso.

El mercado es muy chico y eso también limita las posibilidades de permanencia o expansión.

Ojalá esa tendencia se dé vuelta alguna vez, que llegue ese instante en que me entiendan…

O que me consuman sin entenderme, no sé, pero que al menos esa atención tardía aparezca. O no.



Fuente: www.perfil.com

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