Neil Hannon: “Es mi disco de plena madurez”


Neil Hannon ha sido, desde los años noventa, uno de los compositores más singulares del pop británico. Al frente de The Divine Comedy, supo construir un universo sonoro donde conviven la orquesta clásica y el ingenio irónico, la elegancia y la sátira. Hoy, a los 54 años, presenta Rainy Sunday Afternoon, un álbum grabado en los estudios Abbey Road que refleja tanto su biografía como su mirada política y cultural. Las canciones oscilan entre la intimidad de la memoria familiar, la crítica a la era Trump y la evocación de poetas olvidados de la Primera Guerra Mundial. Hannon habla de este trabajo como un “disco de plena madurez”, pero lo hace sin solemnidad, con la risa de alguien que sabe que su carrera siempre fue contracorriente.

—¿Cómo describirías este nuevo trabajo en tu trayectoria?

—Lo veo como un punto de llegada, aunque no me gusta pensar en términos de etapas cerradas. Es un disco que refleja mi edad, mis obsesiones actuales y también una cierta calma después de tantos años de buscar giros y conceptos. Tiene melancolía, sí, pero también un humor sutil, una ligereza que me resulta esencial. Lo grabamos en Abbey Road con orquesta y coro, y esa decisión marcó la atmósfera desde el principio: quería que sonara grande, cinematográfico, como si cada canción pudiera sostener una película. Me siento cómodo llamándolo un disco de madurez, aunque a la vez me resista a esa palabra, porque suena a despedida y yo todavía siento que tengo mucho por hacer. En todo caso, es el álbum donde más cerca estuve de poner en música cómo veo el mundo hoy.

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—Hay canciones atravesadas por la historia, como “Achilles”, inspirada en un poema de la Primera Guerra Mundial. ¿Qué te llevó a ese tema?

—La historia me acompaña desde siempre, y en este caso fue un hallazgo casi accidental. En 2014, durante el centenario de la Primera Guerra Mundial, leí a Patrick Shaw-Stewart, un joven poeta que murió en combate con apenas 29 años. Su poema me impresionó por su belleza y por la crueldad de lo que anticipaba: sabía que iba a morir y aun así escribió con una lucidez increíble. Pensé en lo absurdo de quejarme por envejecer, cuando él no pudo siquiera llegar a la madurez. Esa comparación se volvió canción casi de inmediato. Quise escribir desde la gratitud, recordando que vivir hasta los cincuenta y tantos es un privilegio. La melodía surgió de una caminata, y cuando llegué al piano sentí que ya estaba completa.

—También aparece lo íntimo, como en “The Last Time I Saw the Old Man”, dedicada a tu padre.

—Esa canción fue distinta, porque nació de golpe, casi como una revelación. Estaba paseando a mis perros y escuché en mi cabeza una melodía acompañada de la frase “The last time I saw my papa”. Supe enseguida que era sobre mi padre, que había muerto tras una larga lucha contra el Alzheimer. Volví a casa y me senté al piano que él solía tocar, y de pronto todo encajó: las palabras, la armonía, incluso el tono de nostalgia. Fue doloroso escribirla, pero también liberador. No la pensé como un homenaje solemne, sino como un gesto de cariño, un modo de cerrar un círculo con él. Cuando la grabamos con la orquesta, me costó contener la emoción, porque sentí que lo estaba despidiendo de nuevo, esta vez en forma de música.

—El álbum alterna lo sombrío con lo ligero: “Rainy Sunday Afternoon” es casi bacharachiana.

—Sí, y esa mezcla es deliberada. Siempre me gustó contradecir la expectativa: si la letra es densa, prefiero una melodía luminosa. Rainy Sunday Afternoon habla de discusiones de pareja, de sentir el peso del mundo en los hombros, pero lo hace con un tono casi conversacional, como si uno tarareara la queja con una sonrisa. Es mi forma de decir que incluso en la oscuridad hay un gesto ligero. Adoro a Burt Bacharach y a Carole King, y nunca me preocupó demasiado ocultar esas influencias. Creo que la canción se apoya en ese linaje, pero con mi propio acento, con ese humor británico que aparece incluso cuando no lo busco.

—Tu hija Willow participa en “Invisible Thread”, que cierra el álbum. ¿Cómo fue incluirla?

—Fue una decisión natural, aunque al principio me dio un poco de pudor. Ella tiene su propia banda, hace una música mucho más ruidosa y visceral que la mía, y verlo me llena de orgullo. La invité porque la canción habla de soltar, de aceptar que las generaciones se invierten y que quienes guiamos terminamos siendo guiados. Cuando grabó su parte, lo hizo con una convicción que me conmovió. Escuchar nuestras voces juntas me dio la sensación de estar transmitiendo algo más que una melodía, como si fuera un legado familiar. Y me gustó cerrar el disco en esa nota luminosa, con la certeza de que no todo acaba en mí, que hay continuidad.

—¿Por qué preferiste terminar con esperanza y no con melancolía?

—Porque soy bastante conservador en ese aspecto. Me gusta que un disco deje al oyente en un lugar donde pueda respirar, no donde se hunda. Podría cerrar con una pieza devastadora, y en el estudio hubo un par de opciones más oscuras, pero me parecía injusto. No quiero que nadie salga deprimido de escucharme, prefiero que se queden con la sensación de haber compartido un momento humano, incluso reconfortante. A veces se piensa que la seriedad está en la tristeza, pero para mí la verdadera seriedad está en animarse a la esperanza. Y más aún en un tiempo donde todo empuja hacia el cinismo.

—Hay sátira política, como en “Mar-A-Lago by the Sea”, que apunta directamente a Trump.

—Sí, y fue casi un ejercicio de diversión. Imaginaba a Trump recordando su mansión desde la cárcel, aunque al final la realidad no me dio esa satisfacción. Pero no podía dejar que la suerte judicial de un personaje arruinara una buena canción. Siempre me interesó usar el humor para hablar de política, porque la risa es desarmante y revela mucho más que un discurso solemne. No es la primera vez que lo hago: ya en Office Politics había jugado con la era Trump y el Brexit. La diferencia es que ahora quise que la sátira conviviera con lo íntimo, como si todo formara parte del mismo paisaje vital. Porque, en definitiva, lo es.

—Grabaste en Abbey Road. ¿Qué significó para vos?

—Fue un sueño cumplido. Había estado en sesiones pequeñas, pero nunca con diez días completos y una orquesta a mi disposición. Ensayamos como nunca para no desperdiciar ni un minuto, porque cada hora en Abbey Road se siente histórica. Caminaba por esos pasillos pensando en todo lo que había pasado allí: los Beatles, Pink Floyd, tantas grabaciones que me formaron. Me dije: “si no lo hago ahora, no lo haré nunca”. Fue una manera de darme ese gusto antes de que sea tarde. Y también de darle a este disco la dimensión que necesitaba: un sonido que no se consigue en ningún otro lugar.



Fuente: www.perfil.com

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