Marilú Marini: “En cierto tiempo, los locos eran los que decían la verdad”


El estreno de 27 noches, por Netflix, conduce a un repaso de la vida y la obra de Natalia Kohen, escritora y artista plástica argentina, que falleció en 2022 a los 103 años. De amplia y reconocida trayectoria, fue incluso mencionada en los famosos almuerzos de Mirtha Legrand; también, Antonio Gasalla la recibió a través de su personaje Mecha, y Julio Bocca hizo el ballet El hombre de la corbata roja, basado en un cuento de Kohen (basado a su vez en un cuadro de Antonio Seguí).
Natalia Kohen aumentó popularidad cuando sus hijas impulsaron que fuera internada a la fuerza, como enferma psiquiátrica, a través de un muy discutido diagnóstico, en el que estuvo involucrado el médico y diputado Facundo Manes. Kohen, viuda rica y amante de los placeres de la vida y del arte, permaneció encerrada 27 días, hasta que, por sus propias estrategias y con ayuda de amistades y parte del periodismo, logró salir. El caso se plasmó en el cortometraje documental Yo, Natalia, de Guillermina Pico, de 2009. Luego, en 2022, la psicoanalista y escritora Natalia Zito publicó la novela de no ficción 27 noches. Allí Natalia Kohen es nombrada como Sarah y el equivalente a Facundo Manes, como Orlando Narvaja, de cuyo personaje se dice que tendrá “una curiosa combinación de fama, medicina y política”.
Ni Natalia ni Sarah: en la película dirigida por Daniel Hendler –guión de Mariano Llinás, con Martín Mauregui y Agustina Liendo, sobre la novela de Zito–, la protagonista se llama Martha Offman y la encarna Marilú Marini, la gran actriz argentina radicada en Francia. Más allá del cambio de nombre, en el argumento que atraviesa Marini se mantienen elementos de la realidad. Después de pericias médicas y tortuosos procesos judiciales, la famosa mujer fue declarada en pleno uso de sus facultades y capaz de guiar su vida –al menos parcialmente–, según sus propios criterios.
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Una mujer excéntrica, vital, inteligente, irónica es la que construye Marilú Marini. Junto a ella actúan: el propio Daniel Hendler, en el rol de un perito médico; Julieta Zylberberg, su compañera de trabajo; Humberto Tortonese, líder de las amistades y colegas de la artista y mecenas; y Paula Grinszpan y Carla Peterson, como cada una de las hijas, tensionadas entre el afán de control de su madre y de su herencia.
—Marilú, en tu recorrido artístico, ¿conociste a Natalia Kohen? ¿Cómo era?
—Yo la conocí a Natalia. Compartimos cenas en Edelweiss. Venía a ver obras de teatro, nos cruzábamos en exposiciones. Era una persona llena de vida y muy, muy alegre. Pero en mi personaje no me involucré con mi recuerdo ni con documentación que pude obtener de ella o de su caso. Quise crear otro cuerpo, obtener otro personaje, creado a partir de mis emociones y sentimientos frente a la situación.
—Entonces, más allá de quién fue Natalia, ¿cómo es tu Martha?
—Mi Martha es una mujer humana, curiosa, que tiene posibilidad y ganas de vivir. Eso la hace ir hacia adelante, abrirse. Su imaginario y su deseo están siempre vivos. Ella está siempre en evolución y permanentemente fluyendo.
—¿Cuánto afecta a las hijas, y por lo tanto a tu personaje y al intento de encerrarla, el hecho de que maneje libremente su abundante dinero?
—Pienso que el dinero hace que haya una coordenada más, pero lo que crea más conflictos con su entorno y sus hijas es que ella no se corresponde con los cánones establecidos para una señora de 85 años, no, me corrijo, de 83 años (85 tengo yo, ¡je je!), porque tiene deseo y una vitalidad que la llevan a tener una conducta que no es la socialmente correcta.
—Y vos, ¿te ajustás a los cánones de lo esperado para los 85 años?
—Je, je. No sé si me ajusto a los cánones, pero sí tengo mucha curiosidad, ganas y deseos y eso sigue habitando en mí, por suerte. Tengo una vida con familia y estoy trabajando. Sigo los cánones para poder estar insertada en lo social. En esa inserción, tengo matices diferentes con lo establecido. La ruptura es que soy inventiva; no sigo cosas que ya están establecidas. Tengo 85 años, pero en mi cabeza pienso que tengo veintipico, por mi curiosidad, mi deseo. Mi cuerpo me dice de tanto en tanto que es un cuerpo de una mujer grande, pero trabajo mucho para mantenerlo en forma: hago Feldenkrais y trabajo con un kinesiólogo, para tener movilidad y poder manejarme bien en el escenario.
—Estás estrenando una película ¿y tenés tres proyectos teatrales a la vez?
—Sí. Estoy activa, sí. Acabo de hacer el avance de una obra que vamos a hacer en París en noviembre: Les conséquences, de Pascal Rambert. En Buenos Aires tengo dos obras dirigidas por mí: Escritor fracasado, con Diego Velázquez, sobre textos de Roberto Arlt, y Matate amor, de Ariana Harwicz, con Érica Rivas [actualmente de gira por varias ciudades de España].
—Al personaje de Martha le gusta bailar y, de hecho, hay escenas donde bailás. ¿Qué relación tenés con la danza, desde tus inicios profesionales y en la actualidad?
—La danza es un lenguaje que me es tan querido y próximo, porque pienso que el cuerpo es algo que nos expresa, nos representa; nos da al mismo tiempo una presencia en el cosmos y una presencia en lo cotidiano, en lo real. La danza me da una posibilidad de expresión que va más allá de lo racional. Es algo que sale de una cosa muy primitiva de nuestra humanidad, aunque sea una danza tan codificada como el ballet clásico. En bailarines clásicos, es posible ver gestos y amplitudes de movimiento que expresan libertad interior y algo que viene de un pasado ancestral.
—¿Cómo fue trabajar con Daniel Hendler?
—El trabajo con Daniel fue muy creativo. Él es una persona muy clara, precisa. Pide cosas que son muy netas y al mismo tiempo permite explorar con mucha libertad en tu interior, para responder a esos pedidos.
—¿Cómo describirías el contraste entre tu personaje y el suyo?
—Su personaje está muy cortado del deseo de lo primitivo, de lo primario. Estar en contacto con esta mujer más grande que sí está viviendo haca adelante en un deseo de vida es un shock para él. Pero entre ellos se crea un afecto. Ella siente que él es una persona íntimamente ética, honesta. Ella está rodeada de tanta inseguridad, de tanta amenaza a su vida de mujer libre, entonces para ella es significativa esa relación. Después de verlo varias veces, ella ve una confianza en él.
—¿Hay locura? ¿Hay, como dice el cliché, “locos buenos” y “locos malos”? ¿Qué hay de locura en tu personaje?
—En el caso de Martha, las hijas quieren hacerla declarar como loca, porque hay angustia en ellas por la inquietud sobre el dinero y porque la madre no responde a cánones establecidos; para ellas, la madre desvaría, porque tiene una forma de responder a lo real que no es la establecida. La locura es algo que nos pone en contacto con algo que es otra realidad; la locura existe, pero no la juzgaría. Hay locos que pueden ser psicóticos, gente que no tiene registro de lo real, que no tiene registro del otro, pero no los calificaría de locos buenos o locos malos, sino como gente que tiene profundos problemas de escisión en su interioridad y psiquismo. Hay que tener en cuenta que los locos en un tiempo eran los que decían la verdad. En las Cortes, a los bufones de los reyes los llamaban locos, pero eran las únicos que decían las verdades que los cuerdos no se animaban a decir.
—¿Cómo evaluarías al cine argentino?
—Es un orgullo que lo tengamos. Hubo cinco películas argentinas en San Sebastián; tres, en Venecia. El cine argentino es de una gran calidad y un blasón frente a la opinión en Europa. El cine argentino es un cine que da orgullo a la Argentina.
Fuente: www.perfil.com



