María Eugenia Estenssoro: “Sin ciencia no hay progreso económico”

Ya no hay dudas. La innovación científico-tecnológica y la destrucción creativa (la creación permanente de nuevas tecnologías que reemplazan a las anteriores), son los motores del desarrollo económico sostenido.
El economista austríaco Joseph Schumpeter lo conceptualizó en 1942, pero ahora lo confirmaron Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt tras décadas de estudios teóricos y empíricos minuciosos analizando el desempeñó de las naciones prósperas. La Academia Sueca los premió este año con el Nobel de Economía.
Fundamentó su elección en un documento titulado “Del estancamiento al desarrollo sostenido” donde explica que “durante gran parte de la historia de la humanidad, los estándares de vida no se modificaron considerablemente de una generación a otra, a pesar de esporádicos descubrimientos. Esto cambió hace doscientos años con la Revolución Industrial. Comenzando en Gran Bretaña, y después extendiéndose a otros países, la innovación tecnológica y el progreso científico resultaron en un ciclo de innovación y progreso sin fin”.
María Eugenia EstenssoroLa relación directa entre los avances científicos y su aplicación al mejoramiento de la producción y el bienestar de la sociedad parece novedosa, pero era algo que los grandes próceres del siglo XIX ya sabían. En 1863, durante la Guerra de Secesión, el presidente Abraham Lincoln creó la Academia de Ciencias de Estados Unidos. Cuando lo cuestionaron, señaló que el destino de su país no era “sobrevivir sino progresar” y que la ciencia y su contribución al bienestar general eran esenciales.
Con la misma visión, entre 1869 y 1872, el presidente Domingo Sarmiento creó la Academia Nacional de Ciencias, la Oficina Meteorológica Nacional, la Sociedad Científica Argentina, el Observatorio Astronómico y la Facultad de Ciencias Físicas y Exactas de Córdoba. También convocó a científicos de Estados Unidos y Europa para conducir y nutrir esas instituciones.
A sus críticos, que fueron muchos, les respondió: “Es anticipado o superfluo, se dice, en pueblos nacientes y con un erario o exhausto o recargado. Y bien, yo digo que debemos renunciar al rango de nación, o al título de pueblo civilizado, si no tomamos nuestra parte en el progreso y en el movimiento de las ciencias naturales”.
Doscientos cincuenta años después, en plena era del conocimiento, los argentinos seguimos discutiendo si la ciencia y la tecnología son necesarias o no para alcanzar el progreso económico sostenido. A pesar de ser el único país de Latinoamérica con tres premios Nobel en ciencia, muchos dirigentes creen que es un “lujo” que no nos podemos dar, sin comprender que seguiremos siendo pobres y subdesarrollados mientras no pongamos a la educación de calidad, la ciencia y la tecnología en el corazón de una estrategia productiva de mediano y largo plazo.
Así lo demostraron las grandes potencias industriales del siglo XX, como también muchísimos países más pobres y atrasados que nosotros, entre ellos Irlanda, Corea del Sur, Islandia, Estonia, Singapur y China, que en pocas décadas multiplicaron su PBI y el nivel de vida de sus habitantes liderando en tecnología.
Asignaturas pendientes
La estabilidad macroeconómica es un requisito fundamental para el desarrollo económico y social, que gracias a la prédica del presidente Javier Milei empieza a entenderse. Pero es importante señalar que no es suficiente. No alcanza para crecer de manera continua a las tasas que nosotros necesitamos, si queremos sacar a millones de argentinos de la pobreza y ser una sociedad próspera. Para lograrlo es necesario diversificar nuestra matriz productiva y agregarle valor, es decir, invertir más en ciencia y tecnología e innovar.
Es lo que hizo China. Durante un par de décadas fue la maquila barata de Estados Unidos y Europa, aprovechando una mano de obra casi esclava y un mercado gigante. Pero simultáneamente, sin invocar una falsa idea de soberanía, mandó a cientos de miles de estudiantes chinos a estudiar el modelo norteamericano en sus universidades. Hoy lidera en ciencia y tecnología, con el doble de patentamientos al año que su archi rival, y su economía compite cabeza a cabeza con Estados Unidos. En el año 2000 China tenía un ingreso per cápita de 1.000 dólares al año; ahora es de 13.000, igual que Argentina.
Hasta ahora la política científica del presidente Javier Milei ha ido en sentido contrario. Desde que asumió, lanzó críticas furibundas al sector y el presupuesto de ciencia y tecnología cayó a un magro 0,2% del PBI, un piso histórico similar al crítico 2002. El malestar en el sistema científico es generalizado.
El 30 de octubre pasado, sin bombos ni platillos, la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología publicó la resolución 282/2025 en el boletín oficial fijando los lineamientos para orientar la investigación científica y la innovación tecnológica hacia la producción, en cuatro áreas prioritarias: agroindustria; energía y minería; economía del conocimiento y salud. ¡Bienvenida la decisión! Para saber si habrá luz al otro lado del túnel, hay que saber cuál será el financiamiento asignado en el presupuesto que debatirá el Congreso y si se presenta un plan concreto con programas, fuentes de financiación, cronogramas y objetivos medibles. De lo contrario puede quedar en un extenso inventario de buenas intenciones. Al cierre de esta nota, la Secretaría no había respondido a nuestra consulta.
La voz de pioneros de la innovación en Argentina
El streaming del Conicet sobre los secretos del marFernando Stefani: “La situación es catastrófica, ya se habla de cientificidio. Es una destrucción deliberada y muy rápida de las capacidades de investigación”, señala el director del Centro de Investigaciones en Bionanociencias del Conicet. Stefani se doctoró en ciencias naturales y es Medalla Otto Hahn de la prestigiosa Sociedad Max Planck. Trabajó durante nueve años en Alemania, liderando equipos que cooperaban con grandes corporaciones para mejorar su competitividad. Al regresar a la Argentina, en 2009, descubrió que entre nosotros había una desconexión histórica entre la investigación científica y su aplicación al desarrollo productivo. Hizo un estudio de 61 países y encontró que hay una correlación directa entre el crecimiento económico y la inversión en I+D. “Los países que generan más riqueza por habitante son los que invierten por lo menos el 1,5% de su PBI en ciencia y tecnología. Los más rezagado invierten menos del 1%, como nosotros. Esta situación ahora llegó a un punto crítico”.
Raquel Chan en uno de los laboratorios del Instituto de Agrobiotecnología del LitoralRaquel Chan: “El panorama actual es desolador. Estoy de acuerdo en que hay cosas que corregir, pero lo que están haciendo es destruir todo”, dice esta investigadora superior de CONICET y directora del Instituto de Agro biotecnología de la Universidad del Litoral, reconocida en el mundo entero por su desarrollo de semillas de soja y trigo modificadas genéticamente para tolerar la sequía. Este hito de la Bioeconomía argentina se comercializa globalmente a través de la empresa Bioceres. Chan cuenta con preocupación que los investigadores de entre 40 a 45 años, con maestrías y doctorados pagados por el Estado, están emigrando. Especialmente en áreas como ingeniería e informática que son claves para la innovación. “Los jóvenes universitarios que quieren iniciarse en la carrera y hacer un doctorado, se desaniman ante becas de entre 900.000 y 700.000 pesos. No es que no tengan vocación, no pueden vivir. Estamos muertos, los reactivos están imposibles de pagar, no se pueden reparar equipos, la Secretaría ya no paga la biblioteca electrónica que nos daba acceso a bibliografía internacional “.
Marina Simian, del Instituto de Nanosistemas de la UnSam diseña órganos tridimensionales para probar fármacosMarina Simian: Doctora en biología mamaria, Simian saltó a la fama en 2019 cuando participó del programa de TV de preguntas y respuestas, “Yo quiero ser millonario”, para financiar su laboratorio del CONICET. Ganó medio millón de pesos. Durante la pandemia decidió emprender y, junto a su colega Adriana Di Siervi, crearon Oncoliq, una startup de biotecnología que está desarrollando una tecnología para la detección temprana del cáncer de mama en muestras de sangre. El test tiene un 82% de sensibilidad, frente a desarrollos parecidos usados en Estados Unidos con apenas 30% de sensibilidad. En relación al gobierno, señaló que “hasta ahora no modificaron los desastres que hizo el gobierno anterior. Hay un reglamento para la creación de empresas de base tecnológica que te obliga a tener al CONICET como socio, lo cual es un problema cada vez que tenés que firmar un papel o tomar decisiones. La alternativa es que participe en las ganancias, en porcentajes altísimos, más complicado todavía”. Por otra parte, admite que en el gobierno de Alberto Fernández se “kirchnerizó” el ambiente de trabajo y eso resultó perjudicial.
Los laboratorios de KeclonHugo Menzela: Hace 15 años cofundó Keclon, una empresa que produce encimas biotecnológicas para las industrias alimenticia, oleaginosa y farmacéutica. Actualmente se dedica a tiempo completo a la enseñanza y a la dirección del Instituto de Procesos Biotecnológicos y Químicos del CONICET en Rosario, laboratorio que convirtió en una suerte incubadora de startups y universidad de biotecnología. “Desde este año somos un organismo público que le devolvió todo el presupuesto al Conicet porque somos autosustentables. Conseguimos un poco más de 200 mil dólares de empresas que confiaron en el Instituto”, cuenta con orgullo. El IProByQ alquila un edificio donde aloja empresas que contratan sus servicios de incubación, infraestructura y asesoramiento. Ahí trabajan tanto investigadores del CONICET como biólogos, químicos y otros profesionales que no son del sector público. En ese espacio dictan el último año de la carrera de biotecnología de la UNR. “Los alumnos pueden aprender, probar, meter mano, hablar con quien quieran. Si tienen una buena idea vamos a encontrar la forma de darles un espacio y ayudarlos a financiarla”, explica Menzella. En relación al conflicto entre el gobierno y el sistema científico, Menzella admite que hay diferencias políticas e intereses cruzados. Pero advierte: “No podés matarlo. Este es un país con 48% de pobreza infantil, es un país con niveles de educación paupérrimos. Es esto o nada, Entonces, lo levantás, lo peinás, le hacés creer que es el mejor del mundo y obtenés lo mejor que puedas. En un mundo donde la única forma de salir de la pobreza de los últimos cincuenta años fue el desarrollo tecnológico, la educación, ciencia y tecnología debería ser el camino normal. No hay que inventar nada”.
El desafío es mayúsculo. Pero la Argentina tiene, como en otras áreas, un gran potencial: una sólida tradición científica y los mejores emprendedores tecnológicos de Latinoamérica. Solo hace falta decisión política y la capacidad de pasar por encima de mezquindades políticas y cooperar en pos de un único objetivo, el país.
Fuente: www.clarin.com



