La historia de una Revolución


La página es un abismo blanco y la tinta un oscuro atrevimiento. Sangre de palabras, quiere ser verdadera y no es más que un artificio. Así crea la realidad de la ficción.

¿Cómo revelar entonces el misterioso camino de la escritura? ¿Cómo mostrar la fuente de ese manantial?

Todo comienza en un presentimiento. Hace sentir. El río de los sentidos abre un estuario de sentimientos. Los sentimientos cobran sentido. No es un sentido lógico. Es una manera sensible de pensar. Recorre sendas inconscientes hacia una conciencia no absoluta ni necesariamente nítida. La lucidez suele brindar opacidades. Tiene rasgos oscuros. No siempre brilla. Si no hay contrastes, no puede haber belleza. (Como los escenógrafos, hay que saber “pintar con luz”).

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

No busco ideas. Si aparecen, vienen del mundo del ensueño, del parto de la imaginación. Pujan. Duelen. Tienen el don de liberar el sufrimiento. En vez de llorar, piensan.

Cuando se escribe para teatro, el abismo atrae al Verbo. La seducción lo hunde, lo matiza, lo eleva. La escena empieza siendo un retablo de penumbras, un juego de fantasmas. La tinta se vuelca en el abismo, pero todavía no es sangre. No cala los pálidos huesos. No enlabia los frágiles tendones. No sacia los músculos de la acción. Sólo cuando llega al “aquí y ahora”, a la unión milagrosa del espacio y el tiempo, el cuerpo de la palabra se hace carne. Entonces deja de buscar el Paraíso y el Infierno purgando la sangre del deseo. Y el latido de la escritura se cobija ahí, como un pájaro recién nacido, como un párpado que sueña su vigilia.

Algo sucede. Una mujer vaga por la playa pisando huevos de caracol, pequeños laberintos de la orilla. Balbucea pesares y presagios, lo que fue y lo que quiere llegar a ser. Balbucea lo que es y sus propias voces la asedian, la atormentan. Quiere ser una mujer de verdad, no de ficción. Quiere tener una vida para querer… para que la quieran. Lucha contra un hombre. Cuando no está, la persigue su fantasma. Cuando está… ocupa todo el espacio. Tiene un cuerpo lleno de palabras… el poder de la palabra. Hombre real y de ficción, está siempre presente. Es un artífice, un actor verbal, un orador. Se infla como un globo y resopla diciendo sin decir. Cuando se enfurece, azota un ventarrón de palabrejas desconociendo las caricias. Y ella se defiende con un silencio de piedra. Esas palabras no le pertenecen.

Ahora él ya no tiene lengua. Está cortada y sangra. Quiere ser un revolucionario, mutilado como Castelli. Quiere ser “el orador de la Revolución”. Va a representarlo hasta las últimas consecuencias. Lo representa y lo presenta. Y verlo así, tan sometido a su propio silencio es un regalo divino para ella. Cree que ahora es tiempo… su tiempo. Cree que por fin el espacio de la palabra le pertenece. Pero esa lengua cortada desea más que nunca someterla. Y ella evita la saliva sensual que embrutece el pensamiento. No advierte que esos gemidos guturales no saben pedir ternura.

Forman una paradojal pareja. Librarán una lucha a lengua partida, a labios cortantes, labios que hieren al decir y al no decir. Será una lucha a corazón incierto.

Es una historia de amor y de guerra, del poder del Verbo y su silencio, de la incansable lucha de la mujer, de los hombres que al creer en ella vuelven a creer en ellos. Es la historia de una Revolución que se gana y se pierde para volver otra vez… por vez primera.

Tal vez el sentido de esta historia esté en la Historia. ¿Dónde quedó el pasado? Ahora queda sólo el presente, vivo como el teatro.

Él escribe sus sueños en papeles. Ella inventa un modo de leerlos, de acercarse a los ojos de la historia, a la Revolución del tiempo.

Tal vez todo vuelva a ser un mito, una leyenda, un beso que se pierde cuando llega, un duro abrazo que enternece el porvenir.

Quizá crear un mundo, otro mundo, provenga de otra fe. Quizá sea creer que “La Revolución es un sueño eterno”.

*Autora de El abismo del verbo.



Fuente: www.perfil.com

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