La historia de Gabriel Rueda, el ingeniero nuclear y corredor profesional que nació en una casa de adobe y sin luz

Gabriel Rueda nació y se crió en una pequeñísima localidad rural de Salta, donde azotaba la pobreza y se trabajaba duro.

A pesar de ello, supo aprovechar las pocas oportunidades que tuvo para formarse, y se recibió de Ingeniería Nuclear en el Instituto Balseiro. Por si esto fuera poco, transformó su hobby de correr en una profesión, y hoy es uno de los mejores corredores de trail running del mundo.

Desde Canfranc, España, donde se encuentra pues recientemente participó del mundial de trail, le contó su apasionante historia a Clarín.

Los inicios en el paraje rural: una vida aislada del mundo

Santos Gabriel Rueda tuvo una infancia muy, pero muy, humilde.

Nació allá por 1991 en El Candado Grande, un paraje rural de Salta tan diminuto que, con el paso de los años y la migración de sus habitantes, desapareció.

Rueda, junto a su familia y conocidos, en el humilde paraje de El Candado. Foto: cortesía Gabriel RuedaRueda, junto a su familia y conocidos, en el humilde paraje de El Candado. Foto: cortesía Gabriel Rueda

Sus padres, originarios de esa provincia, se habían trasladado allí para emplearse en una plantación de café, que era el único motivo por el cual existía el paraje.

En el límite de la frontera con Bolivia, entre medio de la selva y las montañas, y bajo un calor extremo, ocho familias trabajaban sin cesar, a cambio de muy poco dinero, para la empresa que controlaba la plantación.

No tenían luz eléctrica ni agua, ni hablar de negocios para abastecerse. Consumían los animales que criaban o cazaban y los cereales y verduras que sembraban. Muy de vez en cuando, conseguían ir hasta Aguas Blancas, un pueblito ubicado a 50 kilómetros, para comprar un poco de comida, algo de ropa y elementos básicos para el día a día, como las velas que usaban para alumbrar.

En ese contexto, y mientras residían en una casa de adobe y madera, Eleuterio y Rafaela Rueda tuvieron seis hijos, tres varones y tres mujeres. Gabriel es el menor de ellos.

“En donde nací no había nada, estábamos aislados. Vivíamos de los chanchos y las gallinas que criábamos y de la quinta propia, donde sembrábamos maíz y papas. Cuando alguien cazaba algo, lo repartía entre las familias, porque no había heladeras”, recordó el protagonista, quien hoy tiene 34 años, a Clarín.

Gabriel Rueda, de chico, junto a uno de sus hermanos. Foto: cortesía Gabriel RuedaGabriel Rueda, de chico, junto a uno de sus hermanos. Foto: cortesía Gabriel Rueda

A pesar de esta dura realidad, los padres Rueda se encargaron de que los niños tengan educación formal. Gabriel, como era muy curioso y le gustaban los libros, empezó a asistir al jardín a los 4 años, aunque la primera sala era para mayores de 5.

“Sabía leer antes de comenzar a estudiar, por eso quería ir. Además, mis hermanos mayores me llevaban para sacarle un peso a nuestros viejos”, señaló, entre risas.

Respecto a su etapa educativa, relató que fue a una escuela muy pequeña, que el Gobierno de Salta había instalado para que puedan concurrir los hijos de los empleados de la plantación, y que solo contaba con una maestra.

“Se trataba de un mismo edificio para el jardín y la primaria. Éramos entre 9 y 12 alumnos en total, al punto que hice 3° y 4° solo. La profesora viajaba tres horas para darnos clases, venía de Orán y, para llegar tenía que atravesar el río Bermejo, pasar a Bolivia, y recién después ingresar”, detalló Gabriel.

También contó que le gustaba ir a la escuela, pues allí saciaba su pasión por la lectura y, además, almorzaba comida distinta a la de su casa, que traía en bolsones la maestra y que las madres de los alumnos se turnaban para cocinar.

Asimismo, recordó que el establecimiento quedaba lejos de donde vivía, y que tardaba hasta allí media hora, pues tenía que atravesar montañas y arroyos. Al volver de clases, dijo, pasaba las tardes en el monte, que quedaba a pasos de la puerta de su hogar.

En estos trayectos, solía correr y, aunque entonces lo hacía por diversión, hoy detecta allí el embrión del exitoso corredor de montañas en que se convirtió de grande.

Gabriel Rueda (der.) y uno de sus hermanos, listos para ir a la escuela. Foto: cortesía Gabriel RuedaGabriel Rueda (der.) y uno de sus hermanos, listos para ir a la escuela. Foto: cortesía Gabriel Rueda

A medida que los hijos de Eleuterio terminaban el colegio, su madre les conseguía un hogar en el pueblo más cercano, para que pudieran seguir sus estudios, ya que en El Candado no existía más que la primaria.

Finalmente, cuando egresó Samuel, el hermano que le sigue a Gabriel, Rafaela decidió que era mejor que se mudaran todos, y que el más pequeño de los niños terminara los estudios primarios en otro lado.

“Mi mamá fue ubicando a todos mis hermanos en Aguas Blancas. Les conseguía trabajo y los obligaba a estudiar. Cuando Samuel tenía 12 y debía arrancar la secundaria, nos mudamos. Mi viejo no quería, porque estaba acostumbrado al trabajo del campo, pero mamá lo convenció”, precisó el salteño.

Partieron entonces los Rueda, con algunos colchones y unas pocas gallinas, hacia su nuevo destino. Gabriel tenía apenas 9 años y le era imposible imaginar el futuro que le aguardaba.

Aguas Blancas, el punto de partida

Al llegar al pueblo, al pequeño Gabriel no le sorprendieron las calles, los negocios ni los autos, sino algo mucho más común: la luz eléctrica.

No conocí la luz hasta que fuimos a Aguas Blancas. En el paraje nos alumbrábamos con velas, y no me dejaban leer de noche porque sino estas se gastaban muy rápido. Nos íbamos a dormir a las 8. Entonces, para mí, la novedad era tener iluminación, darme cuenta de que se podían hacer cosas después de esa hora”, contó a Clarín.

Rueda y su familia. Gabriel no conoció la luz eléctrica hasta sus 9 años. Foto: cortesía Gabriel RuedaRueda y su familia. Gabriel no conoció la luz eléctrica hasta sus 9 años. Foto: cortesía Gabriel Rueda

Respecto a la secundaria, recordó que al principio le costó, porque tenía muchos compañeros, algo a lo que no estaba acostumbrado. Allí, dice, se dio cuenta que existían distintas clases sociales, y no una sola como la de El Candado.

Sin embargo, pronto logró adaptarse y mejorar su rendimiento, aunque jamás imaginó lo que le sucedería en cuarto grado.

Cuando pasó a ese curso, un profesor, llamado José Mamani, notó que era bueno para las matemáticas, y le comentó que existían olimpiadas de la materia, para las que él podía entrenarlo con antelación. “Me acuerdo que yo no sabía de esa competencia, y menos me imaginaba que para ella se practicaba”, detalló Gabriel al respecto.

El curioso muchacho de 16 años se sintió desafiado y aceptó la propuesta, ilusionado con la posibilidad de viajar fuera del lugar y de la provincia. “El maestro me dijo que había una instancia distrital, otra provincial y finalmente una nacional. Como además a mí me gustaba estudiar, le dije que sí. Era muy motivador“, explicó.

Luego de tres meses de dedicación, llegó la primera etapa y Gabriel fue el único de su escuela que la superó y pasó a Tucumán.

Pero ese no era su destino final, ya que, al año siguiente, participó de la olimpiada nacional en Huerta Grande, Córdoba, donde solo se habían clasificado alrededor de 400 chicos.

Allí, tuvo un buen desempeño, además de conocer, en la capital de dicha provincia, cosas que jamás había visto. “Fue la primera vez que vi una escalera mecánica”, recordó Rueda.

Pero nada de esto sería lo mejor de la experiencia, sino algo que le contaron y le quedó grabado en su cabeza. Es que en uno de los momentos de distención que ofrece dicha competencia, escuchó que otros alumnos hablaban sobre la posibilidad de estudiar en el Instituto Balseiro de Bariloche.

“Mientras hacia sociales con los chicos, escuché que alguien contaba que un conocido suyo había estudiado Ingeniería Nuclear en el Balseiro. Decía que el examen de ingreso era muy difícil, pero que, si lo pasabas, te becaban toda la carrera”, detalló Gabriel, quien se acuerda de aquel momento como si fuera ayer.

Rueda logró ingresar al Instituto Balseiro y después hizo un máster en España. Foto: cortesía Gabriel RuedaRueda logró ingresar al Instituto Balseiro y después hizo un máster en España. Foto: cortesía Gabriel Rueda

En ese entonces, el salteño pensaba estudiar matemáticas, pero el hecho de que ingeniería es más práctica y que podía recibir financiación le interesó. Además, de nuevo, se sintió desafiado.

Volvió a Salta con esa idea y comenzó a hacer averiguaciones. Así, se enteró de que, para ingresar al Instituto, había que tener dos años completos de ingeniería en otra universidad.

Por ello, al terminar el secundario, se fue a estudiar Ingeniería en Petróleo a Cipolletti, Río Negro, donde ya estaban instaladas sus hermanas, quienes se habían recibido de otras carreras, y su hermano Samuel.

Un detalle: a nadie, ni siquiera a su familia, le contó que su finalidad era ingresar al Balseiro. Todos creyeron que estaba decidido a estudiar la carrera en la que se anotó.

El ingeniero nuclear que empezó a correr

Gabriel recordó que durante el primer año de Ingeniería tuvo algunas complicaciones económicas. Sin embargo, en el segundo, logró conseguir una beca y, como en lo académico le iba muy bien, estaba muy a gusto, por lo que dudo si ir a rendir al Balseiro. Pero cumplir su sueño pudo más, así que, al terminar ese año, preparó su bolso y se fue a Bariloche a dar el examen de ingreso.

La prueba del Instituto consta de cuatro horas por la mañana y cuatro por la tarde, durante las que se presentan alrededor de 20 problemas matemáticos y físicos. Tras la aprobación de esa instancia, se accede a una entrevista oral y, luego, a un examen psicológico.

Rueda, al igual que lo había hecho años atrás en las olimpiadas, logró superar todas las instancias y, por ende, quedó regularizado como alumno de Ingeniería Nuclear en el Balseiro, por lo que obtuvo una subvención económica.

“Me dieron a una beca de $3500 por mes, el doble de lo que ganaba mi viejo como empleado municipal. Por primera vez pude ir al super y llenar el carrito”, detalló.

Durante los dos primeros años vivió en un albergue de la institución. Su semana consistía en estudiar de lunes a viernes, mientras que los fines de semana se dedicaba a hacer trabajos prácticos.

Gabriel Rueda comenzó a correr en su época de estudiante. Foto: cortesía Gabriel RuedaGabriel Rueda comenzó a correr en su época de estudiante. Foto: cortesía Gabriel Rueda

Fue este estricto régimen el que, inesperadamente, lo impulsó a introducirse en la actividad que hoy lo consagró. Es que por pasa tanto tiempo sentado y debido a cambios de alimentación, Gabriel empezó a engordar, hecho que lo motivo a salir a correr algunos días a la semana.

“Engordé como 10 kilos y no me entraba la ropa. Además, necesitaba despejarme. Entonces, quise hacer algo que sea económico y rápido, por lo que me puse las zapatillas y salí a correr”, contó el salteño.

Rueda agregó que, de a poco, se fue enamorando de la actividad: “Al principio corría 20 minutos, pero avancé hasta superar la hora. Pronto me empezó a gustar, porque corría entre las montañas y eso me hizo recordar a mi infancia. Además, paradójicamente, me comenzó a ir mejor en el Instituto”.

Tanto mejoró el rendimiento del joven en el Balseiro que, en 2014 y a sus 23 años, se recibió. Aquel día lo acompañaron sus padres, orgullosos de que el pequeño que corría en los montes del paraje rural ahora era ingeniero nuclear.

Gabriel Rueda junto a sus padres, el día que se recibió del Balseiro. Foto: cortesía Gabriel RuedaGabriel Rueda junto a sus padres, el día que se recibió del Balseiro. Foto: cortesía Gabriel Rueda

Sin conformarse con esto, ni siquiera con el trabajo permanente que consiguió en la Comisión Nacional de Energía Atómica, Gabriel empezó a estudiar una maestría en Ingeniería.

A la par de ello, como tenía un poco más de tiempo que antes, comenzó a entrenar con mayor intensidad y, aunque no pensaba en dedicarse al correr profesionalmente, otra vez apareció una persona que le cambió el destino.

José Mansilla, un entrenador de running, lo vio trotar, le dijo que tenía condiciones y le ofreció ser su profesor. Como con las olimpiadas y el Balseiro, nuevamente lo desafiaban.

Y como en aquellas ocasiones, Rueda aceptó la propuesta. De igual modo, resultó tan bueno como para las matemáticas y la ingeniería, ya que, al poco tiempo, ganó la 4 Refugios de Bariloche, una de las carreras más importantes en lo que a montañas se refiere.

A partir de entonces, el salteño se tomó en serio el tema de correr, y se especializó en trail running.

La consagración como corredor y el salto a Europa

El trail running se trata de carreras de distancias largas por montañas y senderos, que duran casi un día entero, por lo que se desarrollan tanto de mañana y tarde como de noche. En las pendientes pronunciadas los corredores suelen caminar, mientras que corren en las bajadas y en los llanos.

Gabriel Rueda es uno de los mejores corredores argentinos de trail. Foto: cortesía Gabriel RuedaGabriel Rueda es uno de los mejores corredores argentinos de trail. Foto: cortesía Gabriel Rueda

Tras hacerse con la 4 Refugios, Gabriel Rueda volvió a participar de carreras de trail. Comenzó con distancias cortas de hasta 20 kilómetros, pero pronto ascendió a 42.

Con el paso de los años, ganó varios títulos y, entonces, se convenció de que debía dedicarse también a eso. Por tanto, entrenó cada vez más y avanzó en las distancias que corría.

“A los ocho años de empezar, ya corría 100 kilómetros y a los diez, 160. En las carreras tardo entre 15 y 20 horas, y me encantan porque durante ellas vivo muchas emociones”, contó Rueda a Clarín.

El salteño volvió a ganar la 4 refugios cinco veces, además de otras a lo largo y ancho de Argentina, aparte de participar, de vez en cuando, en alguna de Europa.

Pero, como es habitual en su vida, quiso dar un paso más. Así que en 2021 se fue a vivir al viejo continente, donde tenía posibilidades de crecer en cuanto a lo laboral y donde el deporte que practica es profesional.

“Me motivó lo deportivo, porque acá hay más nivel. Así que tomé la decisión de emigrar y aplique en varias universidades, hasta que en la de Málaga me aceptaron en un máster en Big data y Ciencias de Datos”

Así entonces, Gabriel dejó Bariloche y su codiciado trabajo en la Comisión de Energía Atómica para mudarse al sur de España.

Tras acomodarse, participó de las primeras carreras, en las que efectivamente se dio cuenta que el nivel era otro. “Me costó mucho, porque el trail allá es mucho más competitivo y profesional”, dijo.

Sin embargo, en 2023, cumplió uno de los sueños de su vida, tras correr el Ultra-Trail de Mont Blanc, una de las pruebas más importantes del trail mundial, en la que se atraviesan partes de los Alpes franceses, italianos y suizos.

Pero no solo participó, sino que completó la carrera de 171 kil´metros en un tiempo de 21 horas y 59 minutos, por lo que obtuvo el 13º y se consagró como el argentino con el mejor puesto de la historia de esta carrera.

Este resultado lo impulsó a, dos años después, volver a correr dicha competencia, en donde quedó en un puesto cercano (15º) al obtenido en 2023.

Ya consagrado como corredor de élite, entonces, Rueda, por una cuestión de comodidad, se fue a vivir a Barcelona, donde reparte su vida entre el trabajo y el entrenamiento.

“Trabajo part time y virtual como analista de big data por la tarde, y a la mañana entreno. Tengo marcas que me auspician, entonces con un trabajo a medio tiempo me alcanza. Gracias a que progresé aquí, puedo darme el gusto de hacer el balance entre correr y trabajar. Estoy orgulloso de eso, teniendo en cuenta de donde vine y toda mi carrera”, resumió Gabriel.

Este sábado 27 de septiembre, el salteño participó del Campeonato Mundial de Trail en Canfranc, España, en representación de la selección argentina en la distancia de 82 kilómetros. En una competencia de la que fueron parte alrededor de 1800 corredores, volvió a a hacer historia al ubicarse en el puesto 19.

“Quiero seguir entrenando y dedicándome al deporte, porque, por una cuestión física, no sé por cuántos años mas lo voy a poder hacer. Mi objetivo es seguir compitiendo al mas alto nivel”, finalizó la conversación Gabriel Rueda, quien, a pesar de todo lo logrado, va por más.

Fuente: www.clarin.com

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