La “Autoamnistía”: así fue el último intento militar para exculparse por los 70′ y la denuncia que marcó a Alfonsín

Tras largos meses de deliberaciones, la sanción de la ley de amnistía llegó finalmente el viernes 23 de septiembre de 1983, cuando solo restaban 37 días para los comicios. Desde la primera, en 1811, la historia argentina había acuñado 26 disposiciones en similar sentido.
Ahora, el presidente de facto Reynaldo Bignone, y su ministro de Interior, Llamil Reston, eran los encargados de instalar la idea de la “pacificación nacional”.
Sin embargo, para las calles, ya era la “autoamnistía”, que iba a alcanzar a los autores, partícipes, instigadores, cómplices o encubridores e intentaba transmitir una pátina de ecuanimidad cuando declaraban extinguidas las acciones penales de “los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982”.
Eso significaba, desde la asunción presidencial de Héctor J. Cámpora hasta la caída de Leopoldo Fortunato Galtieri.
En sus fundamentos, las Fuerzas Armadas reconocían que “la batalla pudo llevar a que, en el curso de la lucha, se produjeran hechos incompatibles con aquel propósito (lucha contra la subversión)”, y añadían que querían “dejar atrás los enfrentamientos, perdonar los agravios mutuos y procurar la pacificación nacional con un gesto de reconciliación“.
En el fútbol, eran los días del Ferro de Carlos Griguol, que lideraba el torneo metropolitano, seguido de cerca por Vélez Sarsfield (con el regreso de su goleador, Carlos Bianchi), e Independiente, dirigido por José Omar Pastoriza.
Las miradas también estaban depositadas en Obras Sanitarias, con la capitanía de Eduardo “Tola” Cadillac, que acababa de obtener la Copa William Jones, el único título intercontinental de clubes conseguido por un equipo argentino en la historia del básquet.
El viernes 19 de agosto, cuarenta mil personas ya habían marchado al Congreso “contra la amnistía”, encabezados por el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, y Hebe de Bonafini.
Detrás, centenares portaban los retratos de sus familiares detenidos-desaparecidos, junto a columnas embanderadas de comunistas, desarrollistas, intransigentes, radicales, socialistas y militantes de Intransigencia y Movilización Peronista, el sector de Vicente Saadi.
La lectura de la adhesión de Raúl Alfonsín despertó la ira de los justicialistas, que comenzaron a entonar la marcha partidaria. Los jóvenes radicales avanzaron y comenzaron las corridas. “Los desaparecidos son de todo el pueblo, no de un solo partido”, respondió -megáfono en mano- la titular de Madres.
En el sube y baja de la relación, luego de la ronda del jueves 8 de septiembre, un grupo de Madres había ido a la sede de la Confederación General del Trabajo de la calle Brasil, en busca de apoyo, pero todo concluyó abruptamente con un cruce de acusaciones entre el taxista Roberto “El Áspero” García y Bonafini.

El grito de “¡Asesinos, traidores y vendidos!” surgió de los más jóvenes que la habían escoltado. “¡Terroristas!”, fue la respuesta de una veintena de exaltados que corrieron e insultaron a la comitiva de Madres. Dos semanas más tarde, Saúl Ubaldini fue personalmente a la ronda en la Plaza para poner paños fríos, y la foto saltó a la tapa de Clarín del viernes.
De todo eso estaba conformado el andamiaje civil que enfrentaba la idea de la amnistía. El binomio del peronismo que integraban Ítalo Luder y Deolindo Felipe Bittel rechazó la ley y solía repetir que su derogación debería ser tratada por el futuro Congreso.
El candidato presidencial peronista cargaba en su mochila con una declaración que ganó mucho más cuerpo con el correr de los años: “Desde el punto de vista jurídico, sus efectos serán irreversibles”, dado que “en el derecho penal se aplica la ley más benigna”, fue la respuesta que, condición académica mediante, descerrajó entrevistado por Magdalena Ruíz Guiñazú.
Sus palabras brindaron verosimilitud a la idea del pacto sindical-militar que su retador, en paralelo, repetía hacía meses. Alfonsín era enérgico en su andar de campaña, se lo podía ver sudado, con la corbata levemente desanudada, la camisa desabrochada, agotado, ojeroso y con el pelo revuelto; todo eso contrastaba con la “sobriedad y finura”, que genuinamente le acreditó a Luder, la popular escritora Marta Lynch.

“Por lo que a mí me ha llegado, son acuerdos que se producirían entre el general Cristino Nicolaides, el general Jorge Suárez Nelson y el general Juan Carlos Trimarco con algunos hombres del sindicalismo”, había dicho meses antes el candidato radical.
Pausadamente, mirando a los periodistas, interpretando sus reacciones, el chascomunense marcó un antes y un después en la campaña; y el texto de la ley, con los cuatro presidentes peronistas a salvo, no hacía más que darle robustez a su acusación.
“Esto constituiría un pacto corporativo que de ninguna manera se compadece con la democracia que todos necesitamos. Nosotros queremos Fuerzas Armadas en su labor, no metidas en lo político”, solía decir por esos días.
“All Night Long”, de Lionel Ritchie, y “Say Say Say”, con Michael Jackson y Paul McCartney, eran dos de los hits bailables de las discotecas de moda. Mientras, en las salas cinematográficas las películas que hablaban del pasado reciente arrasaban: La República perdida, con guion de Luis Gregorich; No habrá más penas ni olvido, basada en el libro de Osvaldo Soriano; y Missing de Costa Gavras, lideraban a la par del musical Flashdance, cuya banda de sonido también invitaban a moverse.
Ni la Justicia se quedó al margen de los rechazos. El martes siguiente a la publicación de la amnistía, Guillermo Ledesma y Jorge Torlasco fueron los dos primeros jueces que decretaron la nulidad de la ley 22.924, quienes argumentaron que fue “sancionada por un gobierno carente de facultades”.
Ambos integrarán la Cámara que enjuiciará a los comandantes de la dictadura militar en 1985.
Toda esa trama signada por el término cuyo origen viene del griego, amnesia, se resolvió antes de fin de año, y con el aval parlamentario. El viernes 23 de diciembre, Clarín tituló: “El Senado aprobó la derogación de la amnistía”, y en su bajada añadió que “Diputados respaldó la creación por parte del P.E. de la Comisión sobre Desaparecidos, tras un arduo debate”.

La democracia comenzaba así su larga marcha.
Fuente: www.clarin.com