“Kilómetro cero” en alimentos: qué significa y por qué es importante


En los últimos años, los alimentos se convirtieron en un eje central de los debates sobre sostenibilidad, economía y calidad de vida. La forma en que se producen, distribuyen y consumen ya no es un detalle menor, sino un tema que influye directamente en la salud de las personas y en el cuidado del medio ambiente.

Cada vez más consumidores valoran la procedencia de los productos que llegan a la mesa. Este interés se traduce en un crecimiento de la demanda de alimentos de proximidad, también conocidos como “kilómetro cero”. Estos productos, cultivados o elaborados cerca del lugar de consumo, ofrecen beneficios que van más allá del precio o el sabor.

La elección de alimentos locales no solo fortalece la economía regional, sino que además reduce la huella de carbono al evitar traslados innecesarios. A la vez, se revalorizan costumbres tradicionales y se promueve una relación más directa entre productores y consumidores.

Este fenómeno no es exclusivo de Europa, donde el concepto ya está muy difundido, sino que también empieza a consolidarse en mercados como el argentino, con propuestas que priorizan la frescura y la trazabilidad de los productos.

Hablar de alimentos de kilómetro cero significa referirse a productos obtenidos, procesados y vendidos dentro de un radio cercano al punto de consumo. El criterio varía según la región, pero suele oscilar entre los 100 y 250 kilómetros. El objetivo es claro: acortar la cadena entre productor y consumidor.

El impacto ambiental es uno de los principales beneficios. Al reducir los trayectos de transporte, se disminuyen las emisiones de CO₂ y otros contaminantes derivados de los combustibles fósiles. Esto convierte a los alimentos de proximidad en una alternativa sostenible frente a los productos importados o trasladados a grandes distancias.

Otro aspecto clave es la calidad y frescura. Al no requerir largos períodos de almacenamiento ni traslados internacionales, los alimentos llegan en mejores condiciones al consumidor, manteniendo nutrientes y sabor más intactos. En el caso de frutas, verduras y hortalizas, la diferencia suele ser notable.

El concepto también se vincula a la defensa de la economía local. Comprar productos de la zona fortalece a los pequeños y medianos productores, genera empleo y dinamiza las comunidades rurales. Al mismo tiempo, preserva variedades autóctonas que podrían perderse frente a la producción industrial masiva.

Finalmente, el kilómetro cero promueve una conciencia más crítica sobre lo que se consume. No se trata solo de qué alimentos se eligen, sino también de cómo y dónde se producen, una mirada que abre el debate sobre modelos de desarrollo más justos y responsables.

Los alimentos de kilómetro cero suelen estar menos expuestos a procesos de conservación artificial o aditivos químicos. Esto reduce la ingesta de sustancias innecesarias, algo valorado cada vez más por los consumidores que buscan dietas equilibradas.

Un beneficio extra es la educación alimentaria que promueve este modelo. Al conocer el origen de los productos y reconocer las estaciones del año, las personas adoptan una alimentación más saludable.

Fuente: www.clarin.com

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