Inventó la lobotomía y un paciente enojado lo dejó paralítico: la historia del Nobel de Medicina más polémico

Setenta y seis años antes de que los científicos Shimon Sakaguchi, Mary Brunkow y Fred Ramsdell ganaran el más reciente Nobel de Medicina, la institución sueca le otorgó ese premio al neurocirujano portugués António Egas Moniz. No sabían que con el tiempo se convertiría en uno de los reconocimientos a la ciencia más polémicos de la Historia.
El premio fue, específicamente, “por su descubrimiento del valor terapéutico de la leucotomía en ciertas psicosis”.
En 1935, Egas Moniz introdujo la leucotomía prefrontal en el Hospital de Santa Marta, Lisboa, como tratamiento para cuadros psiquiátricos graves. La técnica buscaba interrumpir conexiones frontales para reducir la agitación.
Su idea se remontaba a tiempos inmemoriales: intervenir el cráneo con fines terapéuticos tiene raíces antiguas, desde la trepanación neolítica hasta aportes de Hipócrates y Galeno. En la era moderna, experimentos con animales abrieron el camino: en 1928 John Fulton reportó cambios de conducta en chimpancés tras lesiones frontales, hallazgo que inspiró a Moniz.
¿En qué constaba la leucotomía?
La leucotomía, muchas veces mencionada como lobotomía -aunque no son exactamente lo mismo; la lobotomía es más agresiva e impulsada por los estadounidenses Walter Freeman y James Watts- se formuló como una psicocirugía destinada a seccionar materia blanca frontal, con la esperanza de aliviar síntomas extremos.
Moniz la aplicó por primera vez tras estudiar experimentos en primates. Su procedimiento consistió en introducir un lazo metálico retráctil por un orificio craneal para seccionar fibras de la materia blanca frontal.
Antes probó inyecciones de alcohol para dañar conexiones nerviosas; su objetivo fue reducir delirios, ansiedad extrema y conductas violentas en pacientes graves.

Los primeros pacientes operados en Lisboa mostraron, según Moniz, una aparente calma. “Casi como si hubieran despertado de una siesta”, señaló el neurocirujano en aquel entonces.
Los efectos secundarios
Lo cierto es que el tratamiento provocó efectos severos y mortalidad, según algunos informes.
Si bien su trabajo surgió en una época en la que los tratamientos psiquiátricos eran muy limitados, su método violó principios éticos fundamentales y dejó una huella trágica en miles de vidas.

La lobotomía se propagó con rapidez durante las décadas de 1930 y 1940. En Estados Unidos se realizaron decenas de miles de procedimientos; se estima que entre 45.000 y 50.000 lobotomías en total, y alrededor de 50.000 solo en ese país (en algunos reportes la mortalidad alcanzó cifras apreciables, de en torno al 6% y hasta el 10% en series concretas).
Las consecuencias clínicas incluyeron apatía, pérdida de iniciativa, alteraciones conductuales, convulsiones y daños neurológicos irreversibles.
Casos emblemáticos expusieron la dimensión humana: Rosemary Kennedy quedó con facultades reducidas y pasó gran parte de su vida institucionalizada tras una lobotomía; Howard Dully recibió la operación siendo niño. Esos relatos personalizaron el costo humano y alumbraron críticas públicas.
La llegada de psicofármacos en los años cincuenta, con la clorpromazina entre ellos, cambió el mapa terapéutico y provocó el declive de la lobotomía.
Con el tiempo la cirugía psíquica quedó restringida a procedimientos muy selectivos y con técnicas estereotácticas más precisas. La experiencia dejó lecciones sobre la necesidad de criterios de indicación estrictos, seguimientos rigurosos y control ético en intervenciones que afectan la personalidad.
Paradójicamente, Moniz fue también pionero en la angiografía cerebral, una técnica mucho más útil y duradera que permitió visualizar los vasos sanguíneos del cerebro y que sigue siendo una herramienta médica valiosa. Sin embargo, su nombre quedó asociado principalmente con la lobotomía y el debate sobre los límites de la ciencia y la ética médica.
El pedido de retiro del Nobel
En lo institucional, la figura de Moniz sigue dividida. Por un lado, su angiografía transformó el diagnóstico neuroquirúrgico y abrió caminos en neurorradiología; por otro, su papel en la promoción de la leucotomía alimentó peticiones de revisión moral y demandas de homenaje crítico.
En 1949 recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por esa intervención y por sus aportes en neurorradiología. El balance histórico obliga a reconocer aportes técnicos y a recordar el precio humano de una práctica que, con el tiempo, quedó mayoritariamente en desuso.
Sin embargo, familias de personas lobotomizadas solicitaron la retirada del Nobel y el cotejo histórico recordó abusos. La Fundación Nobel no contempla la revocación de premios, por lo que la discusión quedó en el terreno público y académico.

En su página web oficial, Nobel reconoce: “La operación se generalizó durante las décadas de 1940 y 1950, pero se hizo evidente que podía provocar graves cambios de personalidad. El uso de la lobotomía disminuyó drásticamente con el desarrollo de medicamentos para enfermedades mentales en la década de 1950”.
El trágico final del experto
En 1939, cuando Moniz tenía 65 años y ya era un neurólogo de renombre en Portugal, uno de sus pacientes psiquiátricos le disparó varios tiros en su consultorio. El agresor —un hombre con graves trastornos mentales— lo atacó aparentemente en un arrebato de paranoia, convencido de que el médico quería hacerle daño.
Las balas impactaron en su columna vertebral, dejándolo parcialmente paralizado de por vida. Desde ese momento, Egas Moniz se vio obligado a desplazarse en silla de ruedas, aunque continuó con su trabajo académico y con la promoción de su procedimiento de leucotomía prefrontal.
El episodio reforzó en él una visión dura sobre la enfermedad mental, que algunos biógrafos consideran influyó en su defensa de las lobotomías como “último recurso” para controlar comportamientos violentos.
A pesar del atentado, Moniz siguió activo durante varios años. En 1949 recibió el Premio Nobel de Medicina, lo que coronó su carrera científica, aunque el reconocimiento ya comenzaba a generar controversias. Después del premio, se retiró gradualmente de la vida pública debido a su salud.
Murió el 13 de diciembre de 1955, a los 81 años, en Lisboa, víctima de una hemorragia interna. Fue enterrado con honores de Estado en Portugal, donde por décadas se lo consideró un héroe nacional.
Fuente: www.clarin.com