En campaña, el peronismo recordó a José Ignacio Rucci: estuvo Axel Kicillof, pero no Jorge Taiana

“Fuimos nosotros”. Testigos confiables confirmarían con los años que la frase, cínica, escueta, de apabullante sinceridad, había sido de Mario Eduardo Firmenich, el jefe montonero. Era el 25 de septiembre de 1973 y el país estaba aturdido y en shock por el asesinato de José Ignacio Rucci, líder de la CGT y pieza clave en el armado sindical y empresario del presidente Perón para impulsar el pacto social, acribillado al salir de una de las casas refugio, que cambiaba con frecuencia para evitar que cayera en una emboscada y lo cosieran a balazos, como lo habían amenazado las bandas terroristas de entonces. En particular Montoneros. El grupo de jóvenes peronistas alzados en armas en plena democracia creyó que mataban, pero se estaban suicidando: con ese crimen empezarían a romper todo vínculo político, social y emocional con Perón y el peronismo.
Dos días antes, el fundador del Movimiento, ya anciano y enfermo, pero no tanto como para abjurar de sus creencias políticas y convicciones personales, había logrado un apabullante paso por las urnas y con el 62% de los votos accedería por tercera vez a la presidencia de la República. En el velatorio de Rucci, a quien quería “como a un hijo”, según el testimonio que dejó para la historia Juan Manuel Abal Medina en su libro Conocer a Perón, el general de las mil batallas, el hombre con alma de soldado y cuero de político curtido, lloró en público. Y también habló: “Esas balas eran para mí”. Todavía no conocía la autoría del crimen. Ni que los autores de esa barbarie política ya empezaban a pavonearse en las cuevas clandestinas con un desafío propio de su infantilismo revolucionario: “Le tiramos un muerto al Viejo para que sepa que tiene que negociar con nosotros”.
Durante la dictadura de Lanusse, Perón manifestaría su aliento a la beligerancia de los grupos en armas, a quienes luego llamaría a “arremangarse por la democracia”. Los jóvenes asesinos de Rucci no lo entendieron. En la asamblea a cielo abierto del 1° de Mayo de 1974, Perón mismo se los haría saber con lengua de fuego y mirada inquisitoria. Fue el día de los “imberbes y estúpidos que gritan”. La historia, sin embargo, tiene sus vueltas y corcoveos.
Desde que murió Perón, el peronismo oficial, y sus satélites que sobrevuelan las urnas cada dos años, no le niegan un homenaje a nadie. Hasta Mauricio Macri, en campaña, inauguraría un monumento en la memoria del General, en Capital, en compañía del jefe del clan Moyano. En nombre de Perón, de Evita, de la estirpe descamisada y del movimiento de las grandes transformaciones, el peronismo en el poder ha legitimado lo indefendible, y soportado sin chistar cadenas nacionales interminables, muchas de ellas laudatorias de los matadores de Rucci, ocultas detrás de elipsis y metáforas culposas, como parte de una generación diezmada, romántica y soñadora. Un peronismo a la medida de cada proyecto político personal.
Urgido por la necesidad de la hora, el peronismo debe revolver una vez más la tumba de Perón y sus alrededores para recomponer el fetiche de la unidad, idea madre enarbolada en los procesos electorales con el objetivo de sacar provecho en las urnas. Y así llegamos al homenaje que el gobernador Kicilloff le brindó en la regional La Plata de la CGT a la memoria de José Ignacio Rucci, a la sombra de la presa del barrio de Monserrat. Hace tiempo que Kicilloff no se siente incómodo con el kirchnerismo. Es más: parece dispuesto a darle batalla final y a encerrarlo para siempre, con la tobillera de la historia y todo.
Sin embargo, en el acto reivindicatorio de la memoria del dirigente metalúrgico masacrado no pudo contar con la presencia de Jorge Taiana, el primer candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, territorio de Axel. Es que Taiana sólo se siente cómodo en el kirchnerismo y se alinea con todas y cada una de sus aporías históricas y sus fraudes a la memoria colectiva: acaba de negar la tiranía de Maduro en Venezuela para redefinirla como “una democracia con una serie de fallas y ciertos componentes autoritarios”.
Ya desde joven Jorge Taiana caminó en veredas contrarias a las de Rucci, lejanos tiempos en los cuales la tendencia montonera señalaba al dirigente gremial como un “burócrata sindical” y lo emparentaba con otro dirigente sindical asesinado: “Rucci, traidor, a vos te va a pasar lo que le pasó a Vandor”. Le pasó. Por entonces, Taiana militaba en Descamisados, usina de Montoneros, orgas fusionadas en los 70. A Descamisados se le adjudican varias acciones terroristas, como el operativo Judas, que ejecutó al “Lobo” Augusto Timoteo Vandor, hombre fuerte de los metalúrgicos y vinculado a Onganía, en 1969. Amenazado de muerte por la Triple A por su cercanía con Montoneros, Taiana caería preso durante el gobierno de Isabel Perón, en 1975. Desaparecido y luego blanqueado, recién quedó libre en 1982. Por un acuerdo a disgusto, será el primer candidato de Kicillof en la Provincia.
En 2007, como testigo en las causas de delitos de lesa humanidad, que impulsó el kirchnerismo, el primer candidato de Kicillof en su comarca sostuvo que los sobrevivientes de la dictadura tienen “la obligación de contribuir al esclarecimiento de la verdad y que se haga justicia, además de recordar a los mártires”. Ni Néstor ni Cristina Kirchner incluyeron a Rucci en esa categoría. Ahora sí lo hace Kicillof. El gobernador cumplía 2 años justo el día en que balearon a mansalva a Rucci. Taiana andaba por los 23.
Fuente: www.clarin.com