Elina Garanča volvió con gloria al Colón: cantó en seis idiomas diferentes y con pluralidad de estilos

A seis años de su debut en el Teatro Colón, la gran cantante letona Elīna Garanča volvió con gloria a ese escenario. Esta vez no se trató, como en aquella oportunidad, de un concierto con orquesta, sino de un recital, en el marco del ciclo Aura, con auspicio de la revista Ñ. Un programa infrecuente abarcó una pluralidad de estilos y seis idiomas diferentes; aunque es habitual en estos recitales la alternancia de canciones de cámara con arias de ópera y otros géneros del teatro musical, los diálogos internos entre los fragmentos elegidos crearon horizontes no tan evidentes.
Acompañada por el fabuloso Malcom Martineau en el piano, Elina Garanča rompió el fuego con cuatro canciones de Johannes Brahms que mostraron diversas facetas de su creación en el campo del Lied: Liebestreu, Geheimnis, O wüßt’ ich doch den Weg zurück y Von ewiger Liebe.
Más allá de su aclamado perfil de artista de ópera (o tal vez gracias a él), la diva es una consumada cantante de cámara, capaz de recrear en minutos atmósferas disímiles, y su intensidad interpretativa, siempre contenida, fue el vehículo ideal para el discurso brahmsiano.
Luego de una versión extraordinariamente lograda de D’amour, l’ardente flamme, la gran aria de Margarita de La condenación de Fausto de Berlioz, llegó un segmento dedicado a la música de Letonia. Lo inició Martineau con la bellísima Canción de cuna de Jāzeps Vītols; de este compositor, prócer de la música de ese país, Garanča ofreció dos canciones: En sueños distantes y Aún recuerdo aquella silenciosa noche, precedidas por la también destacable Sueño de Jāzeps Mediņš.
Con un orgullo por la música de su patria que se vio reflejado en la minuciosidad de su interpretación, la mezzo brindó al público argentino la oportunidad de asomarse a un universo desconocido (lamentablemente no se contó con sobretitulado, mucho más necesario aquí que en otros casos).
En medio de este bloque, Garanča abordó un aria que resume como pocas la esencia del artista intérprete: Io son l’umile ancella de la ópera Adriana Lecouvreur de Francesco Cilea; no se trató de una novedad para el público local, que ya había escuchado a la cantante interpretarla en su concierto del 2019, pero sí reveló nuevos matices y sutilezas de todo el espectro que la voz de Garanča es capaz de ofrecer.
Dos grandes arias del repertorio romántico francés enmarcaron el intervalo: la extraordinaria Plus grand dans son obscurité de La Reina de Saba de Gounod y la mucho más conocida aria de Sansón y Dalila de Saint-Saëns Mon coeur s’ouvre à ta voix.
Pocas cantantes pueden abordar estos roles con tanta perfección, con una voluptuosidad que no resigna elegancia ni dignidad, y un manejo del instrumento que puede dar amplitud a la frase cuando es necesario sin “empujar” el sonido y susurrar cuando el texto lo requiere.
Esta versatilidad vocal y musical se prolongó en un bloque de cuatro canciones de Henri Duparc, talentoso músico malogrado por una enfermedad mental: de sus pocas melodías sobrevivientes (el compositor mismo destruyó la mayor parte de su creación), la artista letona ofreció cuatro con deliciosa intimidad: Au pays où se fait la guerre, L’invitation au voyage, Extase y Phidylé.
Martineau -finísimo pianista que conoce como pocos el arte de acompañar, y que fue para Garanča un partenaire inmejorable- cerró el bloque francés con una sutilísima versión de Claro de luna de Debussy.
Ya en clima netamente mediterráneo, la diva repitió con creces el suceso de su Voi lo sapete, o Mamma de Cavalleria rusticana que había abierto su debut en el Colón, para pasar a un repertorio que ama y a cuya difusión no deja de contribuir: la zarzuela.
Antes de Carceleras (de Las hijas del Zebedeo), uno de los favoritos de Elīna, se escuchó la menos frecuente Cuando está tan hondo de El barquillero, también de Chapí. Para el final, Garanča reservó su faceta cómica con la deliciosa Art is calling for me de la opereta The Enchantress del estadounidense Victor Herbert, con graciosas intervenciones de Martineau y un desenfado que no resigna la elegancia.
El delirio de un público efusivo tuvo como retribución cinco obras fuera de programa. A la infaltable Habanera de Carmen, vertida con la inteligencia e introspección que la diva supo dar al personaje, siguieron la muy conocida Musica proibita de Gastaldon y el aria O mio babbino caro (Gianni Schicchi, Puccini), rematada con una mueca cómica.
Garanča y Martineau cerraron la noche con dos páginas en español: el también infaltable y no siempre necesario tango (en este caso Mi Buenos Aires querido) y la muy íntima Nana de las Siete canciones populares españolas de Falla. Aunque tal vez parte del público haya esperado un final más explosivo, la generosidad del programa y la entrega con el que fue ofrecido fueron más que suficientes.
Intérpretes: Elīna Garanča (mezzosoprano) y Malcom Martineau (piano) Teatro: Colón, lunes 21 de octubre.
Fuente: www.clarin.com