De Argentina a Suiza: la inspiradora historia de la joven que viajó por 3 meses y hoy dirige un hotel

Desde chica, Valeria Luengo se imaginaba una vida ligada al deporte en alguna ciudad de Europa. Sin embargo, la concreción de ese sueño enfrentaría un camino lleno de obstáculos.

Uno de ellos era que, por tradición familiar, debía seguir una carrera universitaria. Otro, el de la mayoría de las personas que se plantean estas aventuras: conseguir dinero para financiar los altos costos iniciales.

Cuando terminó la secundaria, a los 17 años, Valeria se mudo desde su pequeño pueblo, Bonifacio, hacia la gran ciudad de Buenos Aires, donde comenzó la carrera de Relaciones Públicas e Institucionales. Mientras estudiaba, trabajó en un local de shopping.

Gracias a la dedicación y el esfuerzo, logró adquirir el anhelado boleto al viejo continente. No obstante, a diferencia de lo esperado, las dificultades allí serían más grandes que las vividas en Argentina. Pero no estaba dispuesta a resignar su deseo.

En diálogo con la protagonista, Clarín reconstruyó al detalle esta apasionante historia.

El paso previo: de Bonifacio a la Capital Federal

Valeria Luengo nació y se crió en Bonifacio, un pequeño pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, en el que viven sólo 1890 personas. Allí, sin correr riesgos, pasó su infancia jugando al aire libre hasta las últimas horas de cada día.

Bonifacio, el pueblo donde nació Valeria, antiguamente era una paraje del ferrocarril. Así se ve hoy la vieja estación, que ha sido reciclada y forma parte de la actual localidad. Foto: ArchivoBonifacio, el pueblo donde nació Valeria, antiguamente era una paraje del ferrocarril. Así se ve hoy la vieja estación, que ha sido reciclada y forma parte de la actual localidad. Foto: Archivo

Asistió al Cesáreo Naredo, el único colegio de la localidad. Todas mañanas, Valeria insistía a sus padres, Eduardo y Raquel, para que la llevasen en auto, pues las 5 cuadras son consideradas, para la gente de pueblo, una distancia grande. Sin embargo, pocas veces era correspondida, así que tomaba su mochila y realizaba el trayecto a pie.

Por fuera del horario escolar, la niña asistía a clases de básquetbol, gimnasia artística, maratón, natación y vóley, y no practicaba otros deportes sólo porque en Bonifacio no se dictaban. Era una verdadera apasionada de la actividad física.

A medida que crecía, Valeria se iba perfilando como una persona inquieta, rebelde y valiente. No obstante, se destacó en el secundario por tener altas notas y un boletín brillante.

Mientras cursaba su último año, allá por 2004, la adolescente debía seleccionar la carrera de grado que seguiría luego de egresar. Quedarse en el pueblo, que no tiene universidad, no estaba entre las opciones, ya que sus padres le habían inculcado el valor de estudiar.

Valeria, en Laax, Suiza, junto a sus padres Eduardo y Raquel. Foto: ArchivoValeria, en Laax, Suiza, junto a sus padres Eduardo y Raquel. Foto: Archivo

Unos años antes, también para seguir formándose, su hermano Matías y su primo Jorge se habían mudado a la ciudad de Buenos Aires. Por esto, la joven tenía claro que, para no generar gastos extras a su familia, debía continuar sus estudios allí y compartir departamento con ellos.

Al buscar opciones académicas en la capital, Valeria encontró Relaciones Públicas e Institucionales, licenciatura que le pareció interesante y que era compatible con su personalidad desenvuelta y carismática. Pero cuando se decidió a anotarse, halló un inconveniente: la carrera no se dictaba en universidades estatales.

Ante ello, comenzó a consultar en instituciones privadas, y allí encontró la opción. El problema era cómo obtener el dinero necesario para pagar las cuotas que la facultad exigía .

Ya en aquel entonces, Valeria era una desafiadora de la realidad. Por lo tanto, no iba a quedarse de brazos cruzados ante la imposibilidad de costear los aranceles de la carrera que tanto anhelaba estudiar.

En cambio, se las ingenió para conseguir una beca de la propia universidad, a la que pudo aplicar debido a su excelente promedio escolar.

Superado el primer obstáculo, terminó el secundario y, con tan sólo 17 años, recorrió los 500 kilómetros que separan Bonifacio de Buenos Aires para afrontar la vida universitaria.

Instalada en la gran ciudad, se adaptó con facilidad al tráfico, los ruidos y los tiempos, que eran muy distintos a los de su pequeño pueblo.

Sin embargo, pronto se le presentó otra dificultad: no logró mantener la ayuda económica de la universidad. Una condición para seguir aplicando a la beca era tener un promedio superior a 8 en cada una de las materias, algo que no pudo alcanzar en su primer año.

Nuevamente una adversidad para Valeria, ya que al perder el auxilio monetario se le hacía muy difícil financiar la licenciatura. Pero, otra vez, y a pesar de su corta edad, no quiso resignarse y encontró una solución: comenzar a trabajar.

Para poder mantener sus estudios, Valeria comenzó a trabajar en el Alto Palermo. Foto: Valeria LuengoPara poder mantener sus estudios, Valeria comenzó a trabajar en el Alto Palermo. Foto: Valeria Luengo

Consiguió empleo en un local de venta de ropa en un centro comercial y, gracias al sueldo que cobraba, logró continuar sus estudios.

Estudiaba, tenía empleo y se sentía muy feliz. Sin embargo, en su cabeza aún revoloteaba la idea de conocer Europa y practicar una variedad de deportes más amplia que la que su pueblo natal, Bonifacio, le había permitido conocer.

El salto hacia el viejo continente: de Buenos Aires a la tierra de sus antepasados

Cuando Valeria era chica, sus padres tramitaron la ciudadanía española, a la que pudieron acceder porque su abuelo había nacido en Salamanca.

Por ello, mientras hacía su vida de estudiante, la joven tramitó el pasaporte europeo, como primer paso para acercarse a su objetivo de migrar a Europa. “Fue entonces cuando me empezó a entusiasmar de verdad la posibilidad de viajar”, recordó la protagonista en diálogo con Clarín.

El documento que la habilitaba a residir en los países de la Unión Europa le llegó a sus 20 años. Solucionada la parte administrativa, Valeria se encontró con el mismo problema que había tenido a sus 17 años: no contaba con el dinero necesario para mudarse de un lugar a otro.

Pero a esta altura, era natural en ella hacerle frente a las dificultades. Decidió trabajar duro y tratar de ahorrar lo máximo posible, y así logró juntar la plata suficiente para afrontar el viaje.

Gracias a un esfuerzo muy grande, consiguió el dinero que le faltaba para comprar el pasaje aéreo y, además, pudo ahorrar 1600 euros.

Después de mucho trabajo, Valeria logró juntar el dinero necesario para viajar a Europa. Foto: Gian Carlo CastelbergDespués de mucho trabajo, Valeria logró juntar el dinero necesario para viajar a Europa. Foto: Gian Carlo Castelberg

En enero de 2008, con un entusiasmo inmenso, Valeria adquirió el ticket para viajar. A pesar de estar completamente en desacuerdo con la decisión, su madre le firmó el permiso que necesitaba para subir al avión, ya que tenía 20 años y era considerada menor de edad por la ley de entonces.

El destino fue Barcelona, una ciudad que le parecía interesante, sobre todo, porque está en el país de sus antepasados.

Sin embargo, al mes de estar allí, un excompañero de la tienda de ropa la invitó a tomar clases de snowboard en Andorra, y ella aceptó la propuesta. “No sabía lo que era el snowboard ni donde quedaba Andorra, pero me tomé un bondi y fui”, contó Valeria entre risas.

Cuando llegó al principado y se subió a la tabla de snowboard, quedó fascinada con el deporte, a tal punto que se convertiría en su favorito. “Fue amor a primera vista”, recuerda.

Al principio, la idea de Valeria era perderse solo un cuatrimestre de la facultad, por lo que volvería a Buenos Aires a los 4 meses. Sin embargo, las montañas, la nieve y, especialmente, el snowboard, le gustaron tanto que se quedó más tiempo y recién volvió a Argentina para el cumpleaños número 100 de su abuelo.

De nuevo en Buenos Aires, retomó la cursada de la licenciatura. Sin embargo, no había pasado un mes cuando decidió ir a pleno por su sueño: dejó la carrera, con la promesa de retomarla, y volvió a Europa para seguir practicando snowboard.

Valeria, arriba a la izquierda, subida a su tabla de snowboard. Foto: Luca CrivelliValeria, arriba a la izquierda, subida a su tabla de snowboard. Foto: Luca Crivelli

Establecida definitivamente en Andorra, Valeria empezó a sentirse preocupada por haber dejado sus estudios. Por tanto, a la par que realizaba el deporte, se dispuso a anotarse en algo que la conectara de vuelta con los libros. “Me agarró la culpa por haber dejado la carrera, entonces decidí anotarme en un curso de masajista”, detalló.

Para estudiar, no obstante, debía entender catalán, el idioma oficial del país. Aprender una nueva lengua no es sencillo, pero Valeria ya no le temía a los desafíos. Por ello, asistió a clases de catalán y, en menos de un año, logró recibirse de masajista.

Pero lejos de ejercer dicha profesión, volvió a tomar una decisión con el objetivo de seguir haciendo lo que tanto le gustaba. Por lo que había investigado en internet, sabía que lo mejor del snowboard se encontraba en los Alpes, y hacia allí se dirigió.

Ubicada en Europa Central, los Alpes son una cadena de montañas que abarca 9 países. Frente a este abanico de naciones para migrar, Valeria eligió aquella en la que el idioma que es más parecido al español: Italia.

Su idea era residir en el norte del país, en algún sitio cercano a los Alpes italianos. Sin embargo, nuevamente, creyó que primero debía aprender la lengua del lugar. Con ese objetivo, se mudó a Florencia, donde había acordado con un profesor para tener clases.

La predisposición de Valeria al estudio le daría sus frutos más allá de la adquisición de conocimiento. Su maestro de italiano, que estaba casado con una mujer suiza, le dijo que, si quería tener una buena vida y a la vez hacer snowboard, le convenía irse a vivir a Suiza.

La propuesta sedujo a la argentina. De los videos que había visto en la web, recordaba un centro de snowboard de Suiza, donde practicaba el deporte uno de sus ídolos: Nicolás Müller.

El complejo estaba ubicado en Laax, una pequeña comuna debajo de los Alpes suizos, en la que viven aproximadamente la misma cantidad de personas que en Bonifacio. A Valeria le pareció que ese era el lugar indicado, y hacia allí partió con poco más que su ilusión. “Tomé mi equipo de snowboard y dije ‘vamos a ver qué onda’”, recuerda.

Atardecer en Laax-Films, el lugar al que emigró Valeria. Foto: Valeria LuengoAtardecer en Laax-Films, el lugar al que emigró Valeria. Foto: Valeria Luengo

Suiza, el lugar soñado

Valeria llegó justo antes de que comenzara la temporada de invierno 2010 y emprendió camino hacia Riders Palace, el hostel que había reservado para dormir los primeros días. La elección del alojamiento no había sido azarosa: estaba en la base del centro de snowboard que le gustaba.

Al llegar a Riders, quedó fascinada con las instalaciones del sitio, desde el que se veía a los snowboarders descender por la montaña. Inmediatamente sintió que era su lugar en el mundo y que debía trabajar allí.

Pero mientras en su mente pasaba todo esto, la realidad le daría otro duro revés.

No había ni dejado los bolsos cuando la gerente del hostel se le acercó. Desenvuelta y atrevida, la joven le dijo que su intención era quedarse toda la temporada. Pero la jefa le contestó que se vaya a otro país, pues sin saber idiomas no iba a poder trabajar en Laax.

Así rememoró el momento Valeria: “Hablaba muy mal inglés, ya que en la escuela no me había gustado la materia. La directora de Riders me dijo que me vaya a Austria, que en Suiza, si no hablaba bien inglés o alemán, me iba a resultar muy difícil trabajar”.

Riders, el hostel en el que se alojó Valeria, hoy convertido en hotel. Foto: RidersRiders, el hostel en el que se alojó Valeria, hoy convertido en hotel. Foto: Riders

La respuesta cayó como un balde de agua fría sobre la muchacha. Estaba en un lugar ideal para alcanzar lo que tanto anhelaba, pero una persona con autoridad le había dicho que se fuera.

Pero la rebeldía estaba en su sangre, por lo que decidió oponerse a la sentencia y salir a buscar trabajo.

“Yo dije: ‘A una argentina no le vas a decir que no puede’. Así que comencé a repartir mi CV por todo el pueblo. No hablaba idiomas pero sonreía mucho”, le contó Valeria a Clarín.

Antes que termine su primer día en Laax, la joven iba a recibir una buena noticia. En la misma recepción donde había sido sentenciada por la gerente, conoció a una persona que, al verle el pasaporte español, le ofreció presentarle a una chica de España. Valeria concretó un día y horario para encontrarla.

Debido a su historia y a su personalidad, a la española le resultó muy simpática la bonifacense, por lo que la invitó a alojarse en su casa. Le dijo que preparara sus objetos personales, ya que al otro la pasaría a buscar, con un amigo que tenía vehículo, por la puerta de Riders.

La argentina estuvo de acuerdo, aunque ello implicara dejar el hostel que tanto le gustaba.

Cuando a la mañana siguiente llegó el auto que la recogería, Valeria no lo podía creer: el amigo de la chica española era Nicolás Müller, el snowboarder que ella tanto admiraba y por el que había descubierto Laax.

“Eso sí que fue muy flashero, conocí a mi ídolo del snow a los dos días de la llegada a Suiza”, recordó.

Valeria (adelante) junto a una amiga, una tarde de snowboard en Laax. Foto: Valeria LuengoValeria (adelante) junto a una amiga, una tarde de snowboard en Laax. Foto: Valeria Luengo

Después de mucho insistir, Valeria consiguió empleo en una pizzería. Pero a finales de ese año —2010—, el negocio cerró y, en consecuencia, ella tuvo que buscar nuevas oportunidades, hasta que finalmente la contrataron en un hotel familiar.

En contra de lo pronosticado por la jefa de Riders, había logrado quedarse en el país. Sin embargo, aún recordaba aquel consejo, sobre todo las palabras “sin idiomas va a ser muy difícil trabajar”.

Por tanto, en el verano de 2012, se mudó por unos meses a Alemania con el objetivo de aprender el idioma de aquel país, que también es uno de los oficiales de Suiza.

De vuelta en Laax, creyó estar en mejores condiciones para trabajar en Riders, el lugar de sus sueños que le había cerrado las puertas años atrás y que, en los tiempos libres, seguía visitando.

Progresivamente, el hostel se había transformado en un hotel que ofrecía a sus huéspedes un bar, un boliche, un restaurante y demás atracciones.

Sin embargo, y a pesar de que las posibilidades de crecimiento allí eran nulas, Valeria no estaba dispuesta a dejar su trabajo en el hotel familiar sin antes tener una oferta concreta de Riders. Entonces, se esforzó para conseguirla y, como era habitual en ella, lo logró.

Apuntó a conseguir un buen puesto, pero logró ingresar como moza del boliche, uno de los empleos peor remunerados del hostel. “Tuve que pagar derecho de piso, era un trabajo muy sacrificado que duraba hasta las 7 de la mañana”, comentó.

La joven Argentina preparando un trago en la barra de Riders. Foto: Dominik ZummermannLa joven Argentina preparando un trago en la barra de Riders. Foto: Dominik Zummermann

Pero a partir de allí, con el correr de los años, fue ascendiendo a distintos cargos hasta llegar a la jefatura. El crecimiento laboral coincidió con el ascenso a los pisos superiores del hotel, donde se encuentran los puestos más importantes.

Al poco tiempo de trabajar en la disco, Valeria subió a planta baja, donde se encargó del bar.

En el siguiente año pasó a ser la jefa del restaurante y, finalmente, en 2020, se convirtió en subgerente del hotel, con responsabilidad sobre el área de comidas y bebidas. Sí, del mismo hotel en el que, 10 años atrás, la exjefa le había dicho que se fuera.

Desde entonces, pasó a tener bajo su mando a más de 50 empleados, y a comunicarse con ellos en alemán, español, inglés e italiano.

Asimismo, el puesto implicaba encargarse del reclutamiento y control del restaurante y el bar, que en conjunto tienen aforo para 280 personas, y del boliche, en el que entran aproximadamente setecientas.

Valeria junto a su equipo de trabajo de Riders. Foto: Valeria LuengoValeria junto a su equipo de trabajo de Riders. Foto: Valeria Luengo

Con el paso de los años, Valeria demostró estar a la altura de las responsabilidades. En el poco tiempo libre que tenía, finalmente le dio riendas sueltas a su máximo sueño: practicar deportes, que a esa altura, para ella, era igual a hacer snowboard.

En los Alpes suizos, montada a su tabla, conoció a los referentes del deporte y se perfeccionó en él, al punto de que consiguió sponsors que la auspiciaran.

Un último detalle de esta historia contribuye a ilustrar la proactividad y ganas de progresar de Valeria: en las temporadas europeas de verano, cuando disminuye la demanda de trabajo en Laax, aprovechaba para irse a trabajar a otros países.

En varias de ellas, se desempeñó como moza en Ibiza, España, donde recuerda haber atendido a personalidades famosas y que un magnate ruso le dejó 5000 euros de propina. En la noche de la isla, asimismo, presenció muchos excesos e ilegalidades, lo que le sirvió para reafirmar su modo de vivir.

“Nunca llegué a involucrarme en nada, pero observar aquello me ayudó a darme cuenta que definitivamente quería una vida saludable, conectada a los deportes y en un lugar cerca de la naturaleza. Y todo eso me lo brindaba Laax”, resumió Valeria.

Valeria junto a su tabla de snowboard, en una tarde de Laax. Foto: Valeria LuengoValeria junto a su tabla de snowboard, en una tarde de Laax. Foto: Valeria Luengo

En algunas de esas temporadas, asimismo, regresó a Argentina para avanzar con la licenciatura en Relaciones Públicas e Institucionales, carrera de la que se recibió en 2015 y cumplió así con la promesa que había realizado antes de partir a Europa.

Actualmente, Valeria continúa en la subgerencia del hotel y, debido al tiempo que esto demanda, ya no tiene libre los veranos.

En el día a día, mientras transita el interior del gran hotel y reparte instrucciones, suele cruzarse con la persona que, cuando ella llegó a Suiza, le recomendó mudarse a Austria. Sin embargo, no le guarda rencor, sino que al contrario.

“Tenía razón en aquello que me dijo en su momento, y fue un motor para que me formara, ya que en esos años aprendí inglés y alemán”, reconoció Valeria.

Además, fiel a su estilo, sigue perfeccionándose. Le quedan pocas materias para recibirse de Administración Gastronómica, carrera que empezó en 2022 y que estudia en alemán, por lo que tuvo que tomar clases para mejorar el idioma.

A base de esfuerzo, preparación y, sobre todo, resiliencia, Valeria logró cumplir su sueño. Sin embargo, no se detiene: “Ojalá pueda seguir progresando en el hotel, y sino, iré por otra aventura”, concluyó.

Fuente: www.clarin.com

Artículos Relacionados

Volver al botón superior