Alexio Pérez, “el niño de fuego” que sobrevivió a un accidente que quemó todo su cuerpo: “Todos tenemos problemas, pero si tienes ganas de vivir, hay que luchar“

Hoy Alexio Paz Pérez tiene 25 años, pero su vida se detuvo, en cierto punto, en 2008. El menor de tres hermanos de una familia gallega instalada en Girona, España, cambió para siempre cuando estaba a punto de cumplir nueve años.
Su historia conmovió a tantos que terminó convirtiéndose en El niño de fuego, título del documental de Netflix que él mismo protagoniza, y que retrata su vida, sus cicatrices y la forma en que aprendió a mirar el mundo después del dolor.
Todo se transformó aquel 8 de septiembre, día en el que, como tantas veces, Alexio iba en el camión de su padre para acompañarlo en uno de sus viajes. Sin embargo, la tragedia ocurrió cuando, al intentar esquivar un vehículo, la parte trasera del camión chocó contra otro más pequeño.
La caja de carga que transportaba gasoil se rompió y, en cuestión de segundos, el combustible prendió fuego, cubriendo todo en llamas.
Todo ocurrió mientras Alexio dormía. Lo despertó un ruido similar al de un trueno, “pero diez veces más fuerte”, recordó en diálogo telefónico con Clarín. En menos de un minuto, su padre, desesperado, lo levantó en brazos y saltaron del camión.
El salto los hizo caer al suelo, Alexio quedó empapado de gasoil y fue entonces cuando sintió cómo el fuego le alcanzaba todo el cuerpo. “Soplame, papá”, rogaba entre gritos, en un intento desesperado por aliviar el ardor que sentía.
En aquel momento, dijo, deseaba que lo sople “un ventilador de las películas, de esos gigantes”.

Su padre también sufrió quemaduras, aunque mucho más leves, en los codos, la barriga y las manos. Nada se compara con lo que vivió Alexio, quien se quemó el 91% del cuerpo; solo logró salvar un ojo y un pie.
Llegó sedado a la guardia del hospital para que no sintiera el dolor. Permaneció en coma inducido durante 20 días, y su hospitalización se extendió por más de un año y medio.
Una recuperación que dura para siempre
“Tengo ganas de llorar pero me aguanto, porque si no mamá y papá también lloran, y yo no quiero. Ellos dicen que yo les doy fuerza para seguir adelante, pero son ellos los que me dan fuerzas a mí”, escribió Alexio en una carta desde la UCI pediátrica del hospital Vall d’Hebron donde empezó un viacrucis que se extiende hasta hoy.
“Si Dios existe, ¿por qué deja que niños y niñas mueran cada día? ¿Por qué no evita los accidentes?”, escribió en otra durante aquellos días en los que, con apenas ocho años, la morfina formaba gran parte de su vida.
A su madre, los médicos le advirtieron que se preparara porque su hijo no viviría más de tres días. Sin embargo, sobrevivió, y cuando piensa en qué lo hizo seguir adelante, lo atribuye a sus ganas de vivir.
“Era un niño feliz, con ganas de recuperarme, de volver a comer patatas y jugar al fútbol. Las ganas de volver a mi casa con mi familia fueron mi fuerza para seguir adelante”, recordó con la voz entrecortada y haciendo pausas.
A 17 años de aquel accidente, este joven guerrero pasó más de 40 veces por el quirófano. Las operaciones e injertos a los que se sometió buscaban devolver poco a poco la piel perdida, la cual, aún sigue delicada.

“No tengo tantas capas de piel como cualquier persona, por lo que mi piel no se estira, se tensa mucho hasta que se puede llegar a romper y crear una úlcera”, relató para intentar reflejar lo difícil que es su día a día.
Por eso, todavía debe visitar al médico anualmente para retoques e injertos. Sin embargo, después de tantas operaciones, admite, con cierta resignación y molestia, que cada vez lo hace con menor frecuencia, porque cada procedimiento requiere al menos dos meses de reposo absoluto, un tiempo que ya no tiene ganas de pausar en su vida.
Actualmente, al igual que su papá, él también maneja una furgoneta durante más de 16 horas al día, y asegura que no hay nada que no pueda hacer, a pesar de que su piel y estómago son delicados, y le faltan varios dedos.
“Hay que pensar que yo tenía 8 años, crecí así, me adapté a esta vida, no conozco otra”, aclaró.
Las miradas fueron lo más doloroso
Sobre aquel día, Alexio todavía guarda rencor. Como si hubiera sido ayer, recuerda un grupo de personas que grababa videos y tomaba fotos mientras él se incendiaba, “como si estuviesen disfrutando del espectáculo”.

“Entender lo morbosa que pueden llegar a ser las personas me convirtió en una persona antisocial y que hasta el día de hoy intenta protegerse, por eso solamente veo a mis amigos y la gente que siempre me acompañó a lo largo de estos años”, contó con un tono cargado de rabia.
A pesar de haber atravesado un proceso de recuperación doloroso y agotador, Alexio confesó que lo más difícil llegó cuando volvió a su casa y, sobre todo, durante los primeros días caminando por el barrio, cuando las personas que lo cruzaban lo miraban como “alguien diferente”.
Después de haber soportado en carne propia todo tipo de “insultos, risas, burlas y miradas”, Alexio afirma que “se debería empatizar con todas las personas”.
Un accidente que lo convirtió en quién es y le dio otra visión del mundo
Desde el accidente, no dejó de preguntarse cómo habría sido su vida si aquel día no hubiese estado en el camión. Sin embargo, con el tiempo encontró una respuesta: “Si me dieran a elegir, volvería a estar en ese camión porque gracias a eso aprendo más de la vida”.
A pesar de haber sobrevivido a un accidente del que pocos hubieran logrado salir con vida, él no considera que lo que le pasó sea un “milagro” ni una típica historia de superación, sino que, según él, simplemente vivió “un accidente que le puede pasar a cualquiera“, como parte de una vida en la que no todo es feliz y colorido, sino que “hay que luchar”.
Desde esa mirada, reconoce que tiene motivos para quejarse, pero también que puede trabajar, comer, no está ciego y sus extremidades le permiten desenvolverse con normalidad. “La gente debería dejar de quejarse por tonterías“, agregó.
Dice que eso lo hace valorar aún más su presente y concluyó, convencido, que “todos tenemos problemas, pero si tienes ganas de vivir, hay que luchar para que no te quiten las ganas”.
Fuente: www.clarin.com