A diez años de la partida de la escritora Ernestina Acosta

“El poema existe para que la muerte no tenga la última palabra”, versos que eternizó en el recuerdo y en la memoria la prolífera vida de la escritora y poetiza Ernestina Acosta y a 10 años de su partida terrenal, la Ciudadana Ilustre, la hija dilecta de San Pedro, sigue viva en sus obras, en sus versos, aquellos en los que perpetuó la figura de grandes próceres, de la Patria misma a la que dedicó sentidos poemas, al paisaje que acunó su infancia, al que definió para siempre como su ” verde país de soles y cañaveral”.

Diez años han pasado desde aquel 13 de marzo del 2015, desde que Ernestina, la mujer hecha poesía, la que afirmaba que había nacido en este verde solar, “en un azul momento de distracción de Dios”, cruzó el umbral para abrazar la eternidad, dejando como legado, obras que son un bálsamo para el espíritu.

Pese a los innumerables reconocimientos y premios obtenidos a nivel local, provincial, nacional e internacional, con gran humildad sostenía ante cada uno de ellos “gracias, siento que el corazón no me alcanza para decir la palabra gracias”. Y con esa humildad y mucho silencio que a veces no era interpretado por quienes no entendieron su historia de vida, pasó la docente, la Profesora en Letras, la escritora y tal como lo expresara Elda Aguilar de Larri, “en su memoria fluye y refluye en verso, las hojas de un tiempo que no se extingue. Ernestina, aun cuando sus labios estén sellados, aun cuando las musas del ingenio intenten esfumarse, cascabeles ebrios delatarán sus manos viajeras para vibrar en el verso, en la prosa, en el dolor, en el placer y en el delirio”.

Hoy su tierra natal la recuerda, como también lo hará la pléyade de poetas y escritores que subieron de su fecunda siembra.

ERNESTINA ACOSTA | ESCRIBIÓ CON INCONDICIONAL AMOR POR SU TIERRA.

Ernestina en primera persona

“La vocación poética comienza como un amor inusitado por las palabras, por eso su color, su brillo, su sonido y el abanico de significados que muestran en los cielos. Este amor no tarda en convertirse en fascinación por el reverso del lenguaje, el silencio. Desde el principio, el poeta sabe oscuramente que el silencio es inseparable de su palabra; es su tumba, es su matriz, es su tierra. La tierra que lo entierra y la tierra donde germina.

San Pedro de la provincia de Jujuy, residencia donde se vive, donde se sufre, donde se llora. Donde se desbordan las lágrimas y las risas, donde se escribe, donde nos crucifican y crucificamos. Y se resucita golpeando los cristales del amanecer. San Pedro en donde nazco y muero, es mi verde país de soles y cañaveral.

Como todo lo que recién comienza, mi poesía inicial fue intimista, luego se trasmutó a la poesía testimonial, después canté a la tierra y después vinieron los poemas para el hombre y con el hombre.

Escribí siempre con las lonjas de mi alma. Sentía que en mi derrotero creador había un camino ascensional, luz, la cruz del sacrificio. Los umbrales de líricas vidas, el espacio cósmico, el amor, el dolor, el latido del cielo, Dios. Dios siempre… en silencio, sin nombrarlo, sintiendo que me apretaba contra su corazón herido y también contra su corazón rozagante.

Internalicé con rosas y luciérnagas celestes el hambre constante de belleza y el amalgamarme con mi Jujuy, y con este San Pedro del rito polvoriento de las zafras… del cañaveral metafísico. Este San Pedro, tan asfalto y campesino.

Y para siempre supe que la poesía es el lugar del pensamiento y los conciertos de hermosura que siempre levantarán sus torres contra los vientos del materialismo y contra los vientos del envilecimiento. Que ella es el arte asentado en el artificio de la palabra y no puede prescindir de la música, por eso en mis poemas hay muchos trozos musicales.

Hice carne de mi carne las coordenadas de la fragancia de los jazmines. De los enternecidos lapachos, con el filudo entorno de los tarcos, que cobijaban mis caminares y también la señoría del alma vistiendo las plenitudes del amor. Y escribí, enjoyando mis manos con noches y atardeceres, Escribí para el que pasa a mi lado con las angustias en sus ojos. Escribí para los que no me leen. Escribí para los que sentados a sus puertas, han visto pasar la vida con tanto dolor y con las manos cansadas. Escribí para los oídos que sin oírme, saben que hay una palabra… y es mi palabra la que está. Escribí para esa mujer que corre por las calles corriendo como si fuera a abrir las puertas de la aurora y escribí para el niño que pasa a mi lado apretando sus manos con un montón de frío, y de hambre y de miedos.

Tantas páginas fueron mías y desasidas del mundo se hicieron fuente perdurable, frente al alto destino o frente también al aciago destino. Porque según nos enseña Octavio Paz, el lenguaje tocado por la poesía cesa de pronto de ser lenguaje”.

 

Fuente: eltribunodejujuy.com

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