Las olas de calor cada vez más intensas han convertido los lagos amazónicos en ‘spas’ de 41ºC

Los lagos amazónicos han llegado a alcanzar altas temperaturas durante las últimas sequías incluso por encima de los 41ºC. Se han convertido en auténticos ‘spas’, en palabras de los científicos que han monitoreado la temperatura del agua.

En consecuencia, cientos de delfines rosados, una especie emblemática en extinción, resultaron muertos, y poblaciones enteras de peces han desaparecido.

Los impactos del cambio climático en la vida indígena a las orillas de estos lagos y de los ríos está acabando con la resiliencia del conocido como el ‘pulmón’ tropical del mundo’, una función que está dejando de ejercer: en 2024 la Amazonía emitió más C02 por los fuegos que debido a la deforestación.

El río Taruma Acu apenas se aprecia en medio de una grave sequía en Manaus, estado de Amazonas, Foto tomada el 25 de septiembre de 2024. Edmar BarrosEl río Taruma Acu apenas se aprecia en medio de una grave sequía en Manaus, estado de Amazonas, Foto tomada el 25 de septiembre de 2024. Edmar Barros

Lagos “hirvientes”, muerte de las especies

Los datos de las temperaturas en el agua en los lagos, publicados esta semana en la revista Science, se recogieron durante la sequía extrema que sufrió el Amazonas en otoño de 2023. El río más grande del mundo bajó tanto su caudal que en algunos tramos no era navegable.

Un equipo de científicos del Instituto Mamirauá, dedicado a la investigación ambiental en Brasil, monitoreó 10 lagos de la cuenca para estudiar su situación ese año. Se trata de lagos de meandro conectados con grandes ríos por canales que al secarse los dejan aislados. Cinco de ellos, tenían el agua por encima de los 37ºC, cuando la media en 20 años anteriores era de 33,3ª. En el lago Tefe, un brazo del río Solimaes – santuario de los delfines rosados y los delfines tucuxi-, se alcanzaron los 41ºC y no solo en superficie sino hasta a dos metros de profundidad.

Se encontraron 209 cadáveres de delfines en dos meses. Además los lagos redujeron su tamaño. el Tefé perdió hasta el 75 % de su superficie y el Badajós, un 90%.

Una mujer lleva un bidón de agua durante la ola calor en ciudad. Foto:Antonio Becerra Una mujer lleva un bidón de agua durante la ola calor en ciudad. Foto:Antonio Becerra

Los científicos atribuyen esas temperaturas a las olas de calor extremo, la radiación solar por la sequía, la poca profundidad de estos lagos, la turbidez del agua y una baja velocidad del viento, factores que confluyeron y los convirtieron durante días en “lagos hirvientes”.

Su preocupación es cómo estos eventos pueden afectar a estos frágiles ecosistemas, habida cuenta de que estas las circunstancias se pueden repetir.

En el caso de los cetáceos del lago Tefe, apuntan que no escaparon a aguas más frescas porque las elevadas temperaturas pudieron impactar en sus sistemas neurológicos, impidiéndoles buscar una salida. Ambas especies, los rosados y los tucuxi, están en peligro de extinción, según la UICN, también por otros factores, como su captura ilegal como carnada para peces o por la contaminación de los ríos por mercurio, utilizado para la minería ilegal del oro.

Vista aérea de la superficie calcinada por un incendio forestal en Oímbra (Ourense).  EFEVista aérea de la superficie calcinada por un incendio forestal en Oímbra (Ourense). EFE

El calentamiento en la región, aumenta de media 0,6ºC cada década desde 1990. Prueba de esta tendencia es que la sequía y las olas de calor de 2023 se repitieron en 2024 en los mismos meses y la misma zona. También en 2025 hubo sequía en Brasil, si bien este año ha sido más irregular y se ha dejado sentir más en el sur del país, mientras en la Amazonía ha habido un ‘mix’ de inundaciones y falta de lluvias, con fluctuaciones regionales.

Ayan Fleischmann, del Instituto Mamirauá, que es el principal autor del trabajo en Science, explica a La Vanguardia las circunstancias en esos dos años anteriores tienen que ver con el fenómeno de El Niño, pero que “no se puede obviar la relación con el calentamiento del Atlántico Norte Tropical, que se vincula al cambio climático global”.

“La realidad es que la Amazonía ha sufrido eventos extremos con mayor frecuencia en los últimos años, sequías e inundaciones, como la que hubo en 2021, la más grande en 120 años. Todo indica que tendremos más olas de calor en los lagos amazónicos en los próximos años y eso impactará en toda la vida en esos lugares”, augura.

Playa de Leme, Rio de Janeiro durante una ola de calor. EFEPlaya de Leme, Rio de Janeiro durante una ola de calor. EFE

Fleischmann destaca la amenaza para los ecosistemas, la seguridad alimentaria y la economía de la región: “No solo los delfines que no pudieron abandonar el lago Tefé, también se vieron afectados otros grupos biológicos. Observamos una intensa proliferación de fitoplancton en el lago, que adquirió un color rojo en varias ocasiones debido a una floración de Euglena sanguinea. Creo que no van a desaparecer estos lagos amazónicos, pero si cambiar sus ecosistemas si estas olas de calor y sequías se hacen más frecuentes”. Esta alga que menciona genera una toxina que puede causar muerte masiva de peces de los que viven las comunidades indígenas.

Solo en 2023 hubo siete intensas olas de calor en la Amazonía. En 2024 fueron En 2024 hubo alrededor de diez

El aumento de las emisiones que menciona Jiménez-Muñoz tiene mucho que ver con los incendios: coincidiendo con la sequía prolongada desde el año anterior y las olas de calor, la selva amazónica vivió en 2024 su temporada de fuegos forestales más destructiva en dos décadas, según una investigación Centro Común de Investigación de la Comisión Europea.

Científicos europeos revelan cómo las llamas están destruyendo la integridad ecológica del bosque amazónico, incluso en zonas donde la tala disminuye desde que gobierna el brasileño Lula da Silva. Datos de este trabajo reciente, indican que el año pasado estos fuegos amazónicos liberaron 791 millones de toneladas de CO2, superando las emisiones de la deforestación.

Luego de un incendio forestal en Iranduba, región metropolitana de Manaos (Brasil). EFELuego de un incendio forestal en Iranduba, región metropolitana de Manaos (Brasil). EFE

En total, el pasado año se quemaron 3,3 millones de hectáreas de selva, al combinarse las sequías extremas con malas prácticas de manejo de tierras, como quemas de pastos y terrenos deforestados que acaban escapándose a bosques debilitados por falta de humedad. Además, estos bosques pueden actuar como una fuente neta de emisiones durante siete años o más después de un incendio, al no ser bosques adaptados al fuego.

Fleischmann, que recuerda que “eventos extremos como los de 2023 y 2024 pueden repetirse, considera fundamental que se tomen “políticas adecuadas para adaptar a esa nueva realidad a las comunidades tradicionales amazónicas, cuyo aislamiento durante las sequías extremas tiene enormes consecuencias humanitarias”, como se vio en 2024. De hecho, señala que “ya existen propuestas concretas, pero hay que ponerlas en práctica”.

También aconseja que haya programas de monitoreo a largo plazo en los cuerpos de aguas amazónicos, abarcando tanto la calidad de ese agua como sus ecosistemas. Las propias comunidades indígenas llevan tiempo denunciando que el cambio climático y la proliferación de minas de oro ilegales les están causando ya graves problemas a su salud.

Fuente: www.clarin.com

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