Lisandro Alonso:“Decidí volver a las raíces de mi cine”


Con La libertad (2001), Lisandro Alonso dejó huella en la historia del cine argentino. La ópera prima de este director, que hoy tiene 50 años y ya está consolidado como un referente internacional de la producción independiente y autoral, fue una de las manifestaciones más radicales de la revolución estética del Nuevo Cine Argentino, nacida en simultáneo con una de las mayores crisis económicas, políticas y sociales del país en las últimas décadas.

Veinticinco años más tarde, cuando nadie lo sospechaba, verá la luz La libertad doble, continuación de la austera historia del hachero Misael que tiene más de un significado: el director regresa a un esquema de producción similar al de de aquel primer largometraje rodado con 30 mil dólares, un único personaje y prácticamente sin diálogos después de pasar por experiencias más ambiciosas y, justamente por eso, demasiado prolongadas en el tiempo. De ese modo continuará la historia de un personaje que es también reflejo del derrotero de un país, cómo él mismo explica: “Cuando hice La libertad, Argentina estaba atravesando una crisis brutal. Pasaron veinticinco años y el país no está mucho mejor –asegura Alonso–. No sé si está igual o peor, incluso. Ahora que se habla tanto de la libertad –que avanza, que retrocede–, pensé que sería interesante ver cómo impacta esta realidad en la vida de Misael, cómo fue impactando en todos estos años, más bien”.

El nuevo film de Alonso nació a partir de una sugerencia de la holandesa Ilse Hughan, una productora que lo apoya desde hace muchos años. Al principio, el director tuvo dudas. “Empecé pensando que era una locura, pero después me di cuenta de que no quería repetir la experiencia de Eureka (2023), lidiando con cinco coproductores internacionales que no te pasan mucho la pelota ni te devuelven una pared. El de esa película fue un proceso demasiado largo. Para colmo estuvo la pandemia en el medio. Desde que la pensé hasta que la estrené pasaron diez años. Entonces decidí volver a las raíces, a las herramientas y estructuras con las que me inicié en el cine”.

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Antes de estrenar La libertad doble –él espera que sea en la edición 2026 de Cannes, donde es parte del elenco estable de directores elegidos por ese emblemático festival–, Alonso estará en Gijón, una ciudad que lo ha recibido siempre con los brazos abiertos y lo ha mimado desde el primer día que estableció contacto con él. Será uno de los tres jurados de la sección oficial FICX Premiere de la edición número 63 del festival asturiano (del 14 al 22 de noviembre), uno de los mejores del circuito internacional por la calidad de su programación y la calidez de su público (las otras dos integrantes son las también cineastas Liza Linardou y Monica Stan). Y además recibirá el Premio de Honor del FICX, donde ya fue galardonado en 2008 con el Premio Principado de Asturias al Mejor Largometraje de la competición principal del festival por Liverpool.

Después de esa deseada estancia en Gijón, Alonso se concentrará en la posproducción de La libertad doble, un proyecto que lo tiene, se nota hablando con él, muy pero muy entusiasmado. “Primero porque me reencontró con Misael –remarca él–. Y después porque dadas las circunstancias, con esta paralización de la producción del cine argentino, creo que hacer una película en las condiciones en las que la hicimos implica también decir algo sobre esa situación, plantear una discusión. Hoy ni siquiera podemos firmar contratos con productores del exterior para recibir ayudas de fondos europeos que en los últimos años fueron claves para el cine argentino. Entonces filmamos con la misma estructura reducida con la que filmé mi primera película, con un equipo de diez amigos. Hablando de la libertad: yo me sentí muy libre sin tener que depender de esos fondos que siempre se demoran y demoran”.

LA ODISEA DEL FÍLMICO. “Tuvimos que comprar la película afuera porque en Argentina ya no se consigue ni se revela en 35 mm. Compramos en México a través de un revendedor estadounidense, la trajimos de México a Uruguay, de Uruguay a Buenos Aires y de ahí a La Pampa, donde filmamos. Después las latas volvieron a Buenos Aires, pasaron otra vez por Uruguay y de ahí fueron a España y finalmente a Londres, donde se hizo el revelado. Todo ese recorrido estuvo marcado por la ansiedad y los nervios que te provoca tener todo el trabajo que hiciste solamente ahí. Son 300 mil dólares en película que se pueden perder en esas sesenta latas de material expuesto si hay algún problema imprevisto”, cuenta Alonso sobre las vicisitudes que implica hoy rodar en fílmico, un formato desplazado por el digital en la industria del cine.

Para Alonso, insistir con el fílmico no es una simple veleidad: “Me organizo mejor rodando en 35mm –afirma–. No es algo romántico. Es que las ideas se me organizan mejor pensando en la mecánica de la fotografía en 35mm, en el tiempo que dura un rollo de película, que son apenas 4 minutos. Pienso en cómo sintetizar, trato de no probar de más, de no filmar por filmar como sí te puede pasar con el digital porque el costo no tiene comparación. Es como practicar un ascetismo que te aleja de los adornos superfluos. Yo me formé con ese sistema y ese rigor que te marcan el costo de los rollos y el revelado. El temor a equivocarme hace que me organice mejor. También fue mejor para Misael, que no estuvo obligado a repetir diez veces algo sin ser actor”.

El cine de Alonso siempre estuvo caracterizado por esa economía de recursos, aún cuando en sus dos últimas películas, Jauja (2014) y Eureka, haya contando con un esquema de producción un poco más importante y grandes estrellas en el reparto como Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni. Él asegura que su modelo es el cine iraní, que a partir de la década del 90 empezó a ganar reconocimiento internacional y premios en festivales de todo el mundo. “Hablo cosas que eran los básicos del Nuevo Cine Argentino –aclara–. Pero después nos aburguesamos y empezamos a creer que hacía falta mucho más de lo que en verdad hace falta para filmar una película. Cuando yo empecé se filmaba por el pancho y la coca, y ahora hacen falta cinco fondos internacionales, aunque haya cámaras nuevas que hacen todo más fácil y más barato. Pedro Costa (N. de la R.: cineasta portugués también muy celebrado por la crítica y en el circuito de festivales) dice que el cine no debería ser caro. Y tiene mucha razón. Es evidente que hacer una película no sale lo mismo que sacar una foto, pintar un cuadro o escribir una novela. Pero es una locura que una película cueste cuatro millones de dólares. Se puede hacer cine de otra manera, en otras condiciones, como en Argentina lo demuestra el caso de la productora El Pampero, que trabaja con una metodología alternativa y a la que no la va nada mal: sus películas llegan a la tapa de una revista como Cahiers du Cinema y viajan por todo el mundo. De eso también se trata La Libertad doble. De hacer un cine posible para nosotros, de no entrar en la locura de gastar una fortuna en una película, que hoy parece ser la norma”.

La pasión del FICX

A.L.

Lisandro Alonso tiene un largo romance con Gijón. Desde que en 2008 lo premiaron en el longevo festival de cine que cada mes de noviembre se lleva a cabo en esta preciosa ciudad asturiana, esa relación no hizo más que afianzarse. “Tengo muchas ganas de ir, de juntarme con gente a charlar de cine, de discutir cómo se produce hoy, de hacer largas sobremesas como cada vez que fui”, revela con entusiasmo.

Esta vez, el director argentino será jurado y recibirá un premio importante en el FICX número 63. Sobre su rol como jurado dice que “voy a valorar más una película honesta que una novedosa, creo; elegiré siempre la más me emocione, la que interpele mi sensibilidad –agrega–, pero para mí lo fundamental es la forma de trabajar, la estructura de producción con la que se hace una película”.

Para el festival que hoy dirige Alejandro Díaz Castaño solo tiene elogios: “Es el festival al que más veces fui en mi vida. Bueno, Gijón y Cannes, que me pone más nervioso por el tamaño del festival y porque siempre llego con un trabajo que estoy mostrando en público por primera vez –argumenta–. A Gijón, que es unos meses después, llego siempre más sereno, más relajado. Y me gusta mucho la propuesta de la dirección artística y cómo la llevan adelante. Me gusta el público, me gusta la ciudad, el ritmo y la vibra que tiene. Gijón es una ciudad muy tierna y acogedora. Siempre la paso muy bien ahí. Me falta filmar una película en Gijón. A ver si me lo proponen…”.



Fuente: www.perfil.com

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