El resonar de preguntas incómodas


Allá por el 2007 daba clases en el Seminario de Cultura popular y Cultura masiva que se dictaba en la carrera de Comunicación de la UBA. Allí se analizaba de qué manera los medios (TV, cine, música, prensa escrita) representan a los sectores populares. La materia que encabezaba Pablo Alabarces y que tanto disfruté como alumna estudiaba la lógica de lo popular y la lógica de lo masivo y sus relaciones complejas y dialécticas. Todo ese universo académico que habitó en mí hasta cumplir los 30 años sucumbió ante una crisis de vida: o continuaba con mi carrera académica y terminaba mi tesis de doctorado o dedicaba todo mi tiempo al teatro –mi otra gran pasión desde la adolescencia–. Finalmente renuncié a la beca del Conicet y me despedí de “la academia”. Pero muchas preguntas me siguieron acompañando y aparecían frecuentemente al mirar una serie, al escuchar la letra de una canción, al ver una noticia en el diario: ¿puede representarse “lo popular” desde lo masivo sin vaciarlo de conflicto? ¿Existe una posibilidad de narrar “lo otro” sin la violencia simbólica que implica capturar esa voz subalterna? ¿Cómo analizar esas temáticas desde mi distancia intelectual de clase media?
Ya dedicada enteramente al teatro hace varios años, a partir de una beca de creación artística que ganamos con la compañía Amantes Teatro, conocí a Víctor Borràs Gasch –teatrista y dramaturgo catalán– y a toda la gente de Teatre Nu, quienes rápidamente pasaron a ser nuestros amigos. Desde ese momento, el puente artístico siguió creciendo con viajes de un lado a otro del océano. En una de las caminatas hacia el castillo del mágico pueblo de San Martín de Tous, surgió la idea de representar una obra de Víctor en Buenos Aires. La obra se llama “Los huesos del irlandés” y relata la historia de tres amigos con un pasado oscuro, una amistad sostenida por el secreto de haber matado a los 20 años –en una ruta y por accidente– a un irlandés y haber ocultado el cuerpo en un barril. En esa charla la pregunta era: ¿por qué es un irlandés? El autor nos explicaba que era para representar al paria del pueblo, a esos personajes dentro de una comunidad chica, que son marginados, raros, “que molestan”. Era inverosímil pensar que en un pueblo de alguna provincia de Argentina un irlandés pueda representar eso que el autor nos contaba.
La adaptación dramatúrgica que estuvo a cargo de Lisandro Penelas llevó la acción al sur de Argentina y a partir de eso surgió la imagen del “mapuche”. En él podíamos representar ese “otro” distinto que cargaba con todos los prejuicios –muy variados– que existen alrededor de los sobrevivientes de los pueblos originarios: desde mezcla de fascinación romantizada hasta producto for export o violento incivilizado.
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Las conexiones con aquellas preguntas de mi juventud empezaron a despertar: un mapuche, que molesta, que no le importa a nadie, es atropellado por tres amigos de clase media con su auto, borrachos. Y lo único que les importa es que no los descubran, su “reputación”. El mundo académico que había abandonado volvía como el espíritu del mapuche: gritaba reflexión y mirada crítica. Desde la prensa, la noticia de un asesino serial en Jujuy que engañaba a indigentes y los llevaba a su casa para después descuartizarlos, me mostraba que la ficción a veces se queda corta. Y las conexiones empezaron a expandirse: el varón como víctima y reproductor de su propio mandato, la impunidad del poder asociado a la masculinidad, la amistad como un refugio de ese acuerdo tácito.
El ritual del teatro me daba la posibilidad de poner en escena esas inquietudes que seguían revoloteando en mi cabeza académica. Por suerte el humor de la obra pudo ser un gran aliado para burlarnos de nuestra propia condición de clase. Y esa risa ácida puede dejar resonando preguntas incómodas que ojalá se repliquen en los espectadores cuando vengan a ver “Los huesos del mapuche”, los viernes a las 21 en Moscú Teatro (Velasco 535)
*Directora de “Los huesos del mapuche”.
Fuente: www.perfil.com



