Algunos migrantes venezolanos están regresando al país tras años de exilio

El colapso económico y la represión política han llevado a un tercio de la población venezolana a huir del país durante la última década. Algunos están regresando ahora a sus hogares y reencontrándose con sus seres queridos en suelo venezolano. No es realmente así como se suponía que iba a ser.
La principal líder de la oposición venezolana lleva mucho tiempo prometiendo reunir a las familias mediante el restablecimiento de la democracia. Ese objetivo sigue siendo difícil de alcanzar. Aunque las terribles condiciones económicas que alimentaron el éxodo han mejorado, el país sigue siendo un paria político y las tensiones militares con Estados Unidos están aumentando rápidamente.
De todos modos, algunos venezolanos están haciendo el costoso viaje de regreso a casa. Para muchos, la vida en la diáspora ha resultado decepcionante, incluso hostil en EE.UU., donde la administración Trump está revocando protecciones legales, deteniendo inmigrantes y acelerando deportaciones. Los destinos sudamericanos como Chile y Ecuador tampoco son tan acogedores como antes.
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Migrantes venezolanos, con el acento suavizado por años de vida en lugares como Chicago, Buenos Aires o Madrid, añoran ver a sus padres, cada vez más viejos, que dejaron atrás. Frustrados por las escasas oportunidades laborales y recelosos de la xenofobia latente, algunos intentan empezar de nuevo en su país, a menudo con la maleta preparada por si acaso.
Sus arduos viajes ilustran la dinámica cambiante de la migración venezolana.
A menudo son los lazos familiares los que les atraen. “Empecé desde abajo, y poco a poco pude ascender y estabilizarme, pero era una vida muy solitaria”, dijo Eduardo Rincón, de 24 años, que regresó a Caracas con su padre y su hermano en julio después de dos años en Miami. Los tres habían obtenido parole humanitario en EE.UU. en 2023 y estaban progresando. Tras una serie de trabajos temporales, encontró trabajo estable en la recepción de un hotel en Brickell donde llegó a ganar hasta US$4.000 al mes, lo suficiente para ahorrar y ayudar a mantener a su madre en Venezuela.
Al poco tiempo, el Departamento de Seguridad Nacional les informó que les había revocado el permiso de residencia y les advirtió de una inminente deportación. “No calificamos para el asilo y decidimos permanecer unidos y regresar”, explica Rincón.
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Ahora gana US$600 al mes gestionando las comunicaciones de una empresa de plásticos en Caracas, apenas lo suficiente para comprar una cesta mensual de alimentos para una familia de cinco miembros, según estimaciones del sector privado.
Rincón se ha fijado un plazo de un año para volver a salir de Venezuela si las cosas no mejoran. “Los venezolanos pareciera que estamos condenados a elegir entre tener que vivir con mejoría económica pero sin familia ni amigos, y vivir empobrecidos pero rodeados de nuestra familia y seres queridos”.
El flujo inverso sigue siendo modesto. En un informe reciente, los gobiernos de Costa Rica, Panamá y Colombia afirmaron que más de 14.000 migrantes con destino a EE.UU., en su mayoría venezolanos, habían dado media vuelta desde que Trump inició su campaña de represión en enero. En Colombia, que suele ser la última parada de los venezolanos que regresan, las autoridades de inmigración contabilizaron alrededor de 12.000 retornados entre enero y junio de 2025. Casi todos eran venezolanos.
Siete de cada diez venezolanos que llegan a Panamá dijeron que querían regresar a su país, según un estudio del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) llegó a una conclusión similar en Centroamérica. Otra imagen del flujo inverso muestra que las entradas a Venezuela desde Colombia representaron el 83% de todos los movimientos observados en la frontera, según un estudio de la OIM de julio.
La reunificación familiar es uno de los principales motores de la migración de norte a sur que el ACNUR y otras organizaciones comenzaron a observar a finales de 2024. Otras motivaciones son la búsqueda de trabajo en un campo determinado, la discriminación y las dificultades para legalizar la situación.
Otra es la percepción, por tenue que sea, de que la economía de Venezuela se está recuperando y las condiciones de vida han mejorado.
Aunque el autócrata Nicolás Maduro ha logrado controlar la hiperinflación, la diferencia entre el tipo de cambio oficial de la moneda venezolana y el del mercado negro se ha ampliado hasta al menos el 65%, según estimaciones del sector privado.
Los datos económicos son escasos. El banco central dejó de publicar las cifras de inflación hace un año, y el Gobierno ha encarcelado a economistas que se atrevieron a publicar estimaciones que cuestionaban la narrativa oficial de un país que ha sorteado las sanciones de EE.UU. Lo que está claro es que Venezuela produce solo alrededor de un tercio del petróleo que producía en la década de 1990, lo que reduce la principal fuente de ingresos del país.
Y aunque hay menos apagones, cortes de agua y escasez de combustible que antes, la represión persiste. La principal enemiga de Maduro, María Corina Machado, lleva la antorcha de la oposición desde la clandestinidad.
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Coyotes y agentes de viajes
Las políticas antiinmigrantes de Trump han empujado a muchos venezolanos a hacer maletas. En lo que va de año, más de 13.300 han sido expulsados en vuelos de deportación dos veces por semana, según las autoridades venezolanas. Otros miles han cruzado desde Colombia tras soportar precarios viajes en frágiles embarcaciones desde Panamá, desesperados por evitar el peligroso Tapón del Darién entre Panamá y Colombia, donde los migrantes son vulnerables a la extorsión y la violencia.
Los traficantes que antes transportaban a los migrantes a EE.UU. ahora se benefician llevándolos en sentido contrario. Un “coyote”, como se conoce a los traficantes, cobra US$2.500 por cruzar desde El Paso, Texas, a Ciudad Juárez, en México, seguido de vuelos consecutivos a Ciudad de México y Medellín. Por otros US$100, los migrantes regresan por tierra a Venezuela.
Un coyote, que pidió el anonimato, afirma conocer a funcionarios mexicanos y colombianos que hacen la vista gorda cuando transporta a personas sin visas de turista ni pasaportes válidos, un reto para muchos venezolanos en el extranjero.
La demanda ha fomentado la aparición de numerosos intermediarios para la venta de costosos billetes de avión. “Muchas agencias pequeñas e informales, de personas, han aparecido en los últimos meses por la demanda que hay”, afirmó Rodolfo Ruiz, abogado especializado en aviación en Caracas.
En la agencia de viajes de Helshy Campos en Maturín, al este de Venezuela, el personal se ha duplicado desde julio de 2024.
“Los celulares nos explotaron con solicitudes de información desde que Trump canceló el TPS”, dijo Campos, refiriéndose al estatus de protección del que disfrutaban anteriormente los venezolanos. Su servicio incluye acompañar a venezolanos mayores que viajan solos.
“Algunos simplemente no se adaptan y les dicen a sus hijos que prefieren vivir sus últimos años y morir en Venezuela”, dijo, y agregó que casi la mitad de sus clientes tienen al menos 60 años. Otros están enfermos y carecen de acceso a la atención médica en EE.UU. También ha ayudado a familias que dicen estar cansadas de esperar el asilo, ya que las posibilidades de trabajar en EE.UU. han disminuido.
“Prefieren vivir con menos dinero, trabajando on-line y a distancia, pero entre sus seres queridos y sin xenofobia”, dijo Campos.
Saul Añez y su familia hicieron un viaje de 20 días desde Chicago a Maracay, en las afueras de Caracas, en mayo, después de que el Departamento de Seguridad Nacional instara a los venezolanos a autodeportarse si querían volver legalmente en el futuro. En abril, condujo sin parar durante 48 horas hasta Laredo, Texas, y continuó en autobús y barco a través de Centroamérica y Colombia hasta volver a Venezuela.
“La verdad no estaba viviendo bien con todo el estrés que me generaba la posibilidad de ser detenido, deportado y luego rechazado en la posibilidad de volver a entrar”, dijo Añez.
De vuelta en su ciudad natal, Añez trabajó en una notaría durante unas semanas. Pero después de compartir consejos de viaje en las redes sociales, se marchó de nuevo, esta vez a Costa Rica, para crear un servicio de viajes para migrantes que regresan.
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Tomás Páez, coordinador del Observatorio de la Diáspora Venezolana en Madrid, advierte que no hay que sacar conclusiones de los cambios incipientes en los patrones migratorios. En particular, EE.UU., que según él representa solo el 10% de la diáspora desde 2015, acapara una atención desproporcionada.
“Siempre ha habido gente que retorna desde los temas familiares”, dijo Páez. “Pero el número es relativamente pequeño”.
La tasa media de retorno de los migrantes en todo el mundo es del 30%, por lo que el número de venezolanos que han regresado, ya sea por elección propia o no, sigue siendo insignificante, señala Páez. Pero añade que “las cifras siempre van detrás de la realidad”.
Algunos venezolanos están abandonando otros países, como Chile, donde la inmigración es uno de los temas principales en las elecciones presidenciales del país.
Los dedos de Beatriz Villasmil alguna vez estuvieron manchados de morado por recoger arándanos en Chile. Hoy están cubiertos de harina que amasa en Caracas, donde prepara empanadas que vende desde su casa. Hasta ahora, las cosas han sido difíciles.
Villasmil, de 37 años, huyó de Venezuela con su bebé en 2017 y viajó 7.200 kilómetros hasta Chile en busca de una vida mejor. La muerte repentina de su padre y el deseo de reunirse con su madre y su hermano enfermos la llevaron de vuelta en 2023. Llegó a casa sin un centavo, intentó abrir un salón de belleza y luego un restaurante, pero ambos fracasaron.
Ella sigue siendo optimista. “Sí se puede, en Venezuela se puede”, dijo en una entrevista telefónica. “Puedes emprender, buscar la manera de vender cosas como tortas, de moverte por donde sea para que puedas conseguir la platica que deseas y no tengas que abandonar a tu familia y perderte años”.
Manuel, de 36 años, es menos optimista. Regresó en julio después de marcharse en 2022 a Uruguay y luego establecerse en Argentina como técnico de sonido. Tras la muerte de su abuela en mayo, esperaba quedarse con su familia al menos un año, pero no encontró trabajo y regresó a Buenos Aires en septiembre, antes de lo previsto, según contó en una entrevista telefónica.
“Me estaba comiendo todos los ahorros que tenía esperando promesas de trabajo que luego no se cumplían. Lo peor de todo es que estaba empezando a depender económicamente de mi familia en Caracas”.
Nada como el propio país
Anthony Maurizio, de 28 años, no ha visitado a su madre y a su hermano en Caracas desde que se fue a Chile en 2017 con solo US$200 en el bolsillo. “Este año me pegó mucho cuánto los extraño”, dijo con un acento ahora salpicado de jerga chilena. Maurizio, que trabaja como camarero en una bodega de lujo al sur de Santiago, recuerda cómo su madre vendió sus joyas de oro para pagarle el billete de avión.
Tiene previsto volver el año que viene, pero solo por un mes o dos antes de seguir adelante, quizá a Italia o Islandia. Primero tiene que renovar su pasaporte venezolano caducado en un consulado de Bolivia o Brasil, que son de los pocos países que aún ofrecen servicios consulares.
Para otros, no hay nada como la patria. Juan, un abogado de 54 años que se estableció en Perú en 2017, regresó en 2023 después de conseguir solo trabajos mal remunerados recogiendo fruta y trabajando en una funeraria.
“Estaba harto, realmente, muchas facturas sin pagar, y ni siquiera podía ahorrar”, dijo por teléfono desde Caracas.
Tampoco le alcanza para vivir en su país. “La situación es horrible, horrible, la situación económica de Venezuela es de la peor y el gobierno es de lo peor que nos ha podido pasar en los últimos 26 años”, dijo Juan, refiriéndose a la era socialista de Venezuela. “Pero esta ha sido la mejor decisión del mundo, la de haberme venido. No me arrepiento para nada”.
“Es mejor pasar trabajo en el país de uno con la gente de uno que afuera”.
Fuente: www.perfil.com