Le dijo a su padre que era gay y lo encerró en una isla para “curarlo“: la dura historia del violinista Aaron Lee

Hijo de una madre pianista y un padre director de orquesta que, además, era pastor evangélico bautista, al igual que su abuelo y tíos. Aaron Lee (37) nació en Madrid, ciudad a la que sus padres —ambos de origen surcoreano— se habían mudado años antes para completar sus estudios.
Creció en un hogar lleno de música, por lo que no sorprendió que Lee también tomara ese camino. Comenzó a tocar el piano a los cuatro años y, a los nueve, se enamoró del violín. Durante la adolescencia, dividía sus días entre la escuela y el Conservatorio Superior.
Todo parecía estar en armonía hasta que, a los 17 años, le confesó a su conservadora familia que era homosexual. Lo más duro fue no lo hizo por decisión propia, sino que su padre descubrió sus llamadas a un mismo número y, al ser confrontado, Aaron confesó que le gustaba un chico. Ahí comenzó su pesadilla.
La dura decisión de su padre: encerrarlo por ser él mismo
Su sinceridad inició lo que él mismo describe el momento “más hiriente de su vida“. Su padre, decidido a ocultar “la vergüenza”, inició terapias dentro de la iglesia, aunque actuó con cautela para evitar que trascendiera que su hijo era homosexual.
Hubo castigos, amenazas y una repetida advertencia de que ese pecado podía arruinar a toda la familia. Su madre, en silencio, fue cómplice del proceso. “Vio todo, estuvo presente, pero no actuó. Fue testigo y colaboradora necesaria para que todo llegase a ocurrir”, relató Lee en diálogo con Clarín.
Al ver que su hijo no modificaba su “actitud”, su padre lo llevó a Ulleungdo, una isla remota en el mar de Japón, con la excusa de perfeccionar su formación musical. Toda la familia se mudó, sin pasaje de vuelta, a ese destino ubicado a más de 10.000 kilómetros de su hogar.

“Mi padre alertó que yo tenía una enfermedad mortal, de pecado, y que necesitaban de la colaboración de todos los feligreses para ayudar a curarme”, contó.
Lee fue encerrado en una habitación de menos de dos metros, sin ventanas, dinero, pasaporte ni teléfono. Durante todo el verano de 2005, quedó aislado del mundo y fue obligado a participar en ritos religiosos, sin contacto con nadie más que los miembros de la iglesia.
En uno de sus intentos por escapar, buscó en la computadora de un despacho el número de la Embajada española en Seúl y lo anotó en francés, por si alguien espiaba su cuaderno.
Pero su padre lo descubrió haciendo la llamada, lo que le costó golpes en la cara y el estómago, insultos y amenazas. Después, como siempre, a rezar.
Con el cuerpo lastimado y una angustia que crecía con el correr de los días, Aaron entendió que la única manera de salir era fingir. Se dejó bautizar, rezó y simuló que la terapia había funcionado.
Durante dos años interpretó el papel ellos esperaban. Hasta que sus padres descubrieron que todo era una farsa y lo echaron de la casa.
Comenzar desde cero
Entonces, con los pocos ahorros que tenía, regresó a España, sin nada. “Fue un momento muy duro, porque mis pilares me soltaron la mano“, afirmó hoy, con el dolor ya superado.
La música, que siempre lo había acompañado, fue su salvación. Durante un tiempo, tocó el violín en la calle y en el subte para comer. Y también trabajaba como camarero para pagar una habitación.
Lee consideraba su nueva vida de supervivencia como “una oportunidad para practicar para futuros concursos o audiciones orquestales”.
Esa formación le permitió ingresar a la Orquesta Nacional de España, donde, con solo 20 años, se convirtió en el profesor más joven de la institución. Trabajó allí durante más de seis años y, según describió, todo lo que vino después fue “como un regalo de la vida”.
La necesidad de darle un sentido al dolor que todavía le pesaba lo llevó a publicar en 2020 su libro llamado “Yo soy lo que soy“, ahora convertido en obra de teatro, una autobiografía en la que narra sin filtros el infierno que vivió por el simple hecho de ser él mismo.
Su historia, contada en primera persona, ahora recorre los teatros de España. El texto no está dirigido únicamente al colectivo LGBTIQ+, sino a todas las personas que, por ser distintas, hayan sufrido rechazo, exclusión o violencia.

El español logró transformar el dolor en arte, después de muchos años de terapia. “El sufrimiento que padecí me hizo ser desconfiado, culpable por todo, parecía vivir en contante supervivencia, pero busqué ser libre, saber quién soy, qué hago en este mundo y qué puedo aportarme a mí mismo y a los demás”, reflexionó tranquilo.
Además, le llevó el mismo tiempo reconciliarse con su familia. Confesó que su padre fue quien, finalmente, le pidió perdón por todo lo que había pasado, y que ese gesto fue “muy liberador, enriquecedor” en su proceso de sanación.
Fuente: www.clarin.com