La Marsellesa: cómo nació el poderoso himno de Francia

La Marsellesa es una de esas composiciones musicales que llevan en sí el pulso de una nación. Surgió en un momento histórico clave: Francia, apenas tres años después de la Revolución de 1789, se encontraba bajo la amenaza de una guerra inminente. En ese contexto, una melodía con aire marcial cobró fuerza.
Esta pieza fue creada en una ciudad fronteriza, en el límite con las potencias europeas hostiles. Su ritmo vibrante y su tono urgente captaron rápidamente la atención de la población. Así, pasó de un canto local a simbolizar algo mucho más grande que sus notas y sus versos.
Desde sus primeras interpretaciones, fue un canto que trascendió lo estrictamente musical: encendió voluntades, sirvió para movilizar esperanzas y se instaló en el imaginario colectivo como un símbolo de cohesión nacional.
La Marsellesa nació en 1792, en pleno clima de guerra y Revolución Francesa, y desde entonces quedó ligada a la idea de libertad y ciudadanía. Claude-Joseph Rouget de Lisle, oficial e ingeniero con talento musical, fue el encargado de darle vida.
El tema surgió en Estrasburgo como un canto de guerra para alentar a las tropas que marchaban al frente contra Austria. Ese origen marcó su tono enérgico, pensado para ritmo de marcha y para ser entonado por multitudes. Desde sus primeros días, el himno viajó de manuscritos a ediciones impresas y de allí a las calles, donde la melodía se volvió reconocible incluso para quienes no sabían leer música.
El 25–26 de abril de 1792, tras conocerse la declaración de guerra, Rouget de Lisle compuso una pieza a la que llamó “Canto de guerra para el Ejército del Rin” (Chant de guerre pour l’Armée du Rhin). El intendente de Estrasburgo, Philippe-Frédéric de Dietrich, fue clave al pedir “un canto” que encendiera el espíritu de los soldados.
La obra se difundió primero en Alsacia, en copias manuscritas e impresas, y luego en editoriales parisinas. Su ritmo marcial y la idea de pueblo en armas calzaron perfecto con la hora política: Revolución, amenaza exterior y cambio de régimen.
El 10 de agosto de 1792, los voluntarios de Marsella la cantaron durante la insurrección de las Tullerías. Desde entonces, a ese “canto de guerra” se lo empezó a identificar como “La Marsellesa” por quienes lo habían popularizado en París.
La República la declaró himno nacional el 14 de julio de 1795. Luego la prohibió el Imperio y la Restauración, pero volvió a la vida pública con la Revolución de 1830. Ya en 1879, la Tercera República la eligió nuevamente como himno; en 1887 se fijó una versión oficial para evitar discrepancias entre orquestas.
A lo largo del siglo XX, su condición se reafirmó en las constituciones francesas y su tempo sufrió ajustes, pero el núcleo se mantuvo: un canto patriótico a la libertad, potente y reconocible en todo el mundo.
El nombre no nació en el escritorio del compositor sino en la calle. Fueron los federados de Marsella quienes, entonándola de camino a París, le dieron identidad y proyección masiva. La gente empezó a llamarla como a sus intérpretes, y así quedó.
El arribo de esos voluntarios en 1792 coincidió con jornadas decisivas de la Revolución. El pueblo movilizado y el nuevo ejército ciudadano adoptaron la canción como emblema compartido: música para marchar y símbolo para unir.
Desde entonces, actos oficiales, escuelas, desfiles y, ya en la modernidad, eventos deportivos, la incorporaron como parte del ritual republicano francés, donde la civitas se reafirma con una melodía que todos conocen. Esa expansión también la convirtió en patrimonio emocional más allá de Francia, un signo que convoca respeto a las instituciones, incluso fuera del ámbito militar que la vio nacer.
Fuente: www.clarin.com