Cuál es el quinto elemento y por qué genera tanto misterio


A lo largo de los siglos se ha intentado buscar una explicación para todo lo que parecía escapar a las reglas del mundo conocido y hubo muchas especulaciones sobre una sustancia única, presente más allá de la tierra, que ordenaba los cielos y conectaba lo visible con lo invisible. Uno de estos casos es el quinto elemento.

La creencia sobre este componente, diferente a todo lo que se puede ver tocar o medir, es que tiene una fuerte presencia que se intuye en los movimientos del planeta y del universo, y por ende genera un enorme misterio.

Su origen data de la antigua Grecia, dónde fue propuesto por Aristóteles para explicar por qué el cielo parecía moverse con regularidad, a diferencia del mundo terrestre, que era caótico y cambiante.

Los filósofos griegos creían en la antigüedad que toda materia estaba compuesta por cuatro elementos básicos: tierra, aire, agua y fuego. Cada uno representaba una característica concreta del mundo físico.

Este modelo luego fue adoptado a la teoría de los humores propuesta por Hipócrates. Según este enfoque, la salud dependía del equilibrio entre bilis negra (tierra), bilis amarilla (fuego), flema (agua) y sangre (aire). Esta concepción del cuerpo y del universo se mantuvo durante la Edad Media y fue la base de muchos tratamientos médicos de la época.

El filósofo Aristóteles acuñó el concepto del quinto elemento en Grecia. Su nombre históricamente se asoció con el éter o la quintaesencia, una sustancia que se creía que llenaba el espacio más allá de la esfera terrestre y que era distinta a los cuatro elementos clásicos (tierra, aire, agua y fuego).

A diferencia de los cuatro elementos anteriores, el éter no existía en la tierra, sino en el cielo y era una sustancia incorruptible, eterna. Además, se creía que formaba los cuerpos celestes.

La palabra “éter” viene del griego aither, que significa “aire puro” o “cielo claro”. En la mitología, incluso, era considerado una deidad: el dios Éter, hijo de la noche y la oscuridad, que representaba la luz que respiraban los dioses. Esta visión reforzaba la idea de que el éter era exclusivo del plano divino y no formaba parte del mundo humano.

El concepto se volvió central en la cosmología durante siglos. Sirvió como base para explicar por qué el cielo parecía ordenado y predecible, mientras que la tierra era caótica y cambiante.

En el siglo XIX, la física recuperó el concepto de éter para explicar cómo se propagaban las ondas de luz y las fuerzas electromagnéticas. Se pensaba que el éter era un medio invisible que llenaba todo el espacio y permitía el movimiento de estas ondas, como el aire transporta el sonido.

El experimento de Michelson y Morley, realizado en 1887, intentó comprobar la existencia del éter. Pero sus resultados no encontraron ninguna evidencia. Esto generó una crisis en la física de la época y obligó a revisar teorías que hasta entonces se consideraban firmes.

La solución llegó con Albert Einstein, que en su teoría de la relatividad (1905) eliminó la necesidad del éter. Propuso que la luz podía viajar en el vacío sin ningún medio que la transportara. A partir de ese momento, el concepto de éter dejó de tener valor científico.

La idea del quinto elemento trascendió la filosofía y la ciencia para instalarse también en la cultura popular. Un ejemplo conocido es la película El Quinto Elemento (1997), dirigida por Luc Besson y que contó con Bruce Willis como protagonista, donde el concepto se reinterpreta como una fuerza vital vinculada al amor, capaz de evitar la destrucción del planeta.

En la historia, los cuatro elementos clásicos -tierra, aire, agua y fuego- deben combinarse con un quinto elemento encarnado en una figura humana para detener una amenaza cósmica. Allí, el amor se presenta como el elemento esencial, invisible pero determinante, que completa el equilibrio necesario para salvar el mundo.

La película tomó elementos de antiguas creencias y los adaptó al lenguaje de la ciencia ficción. Esa lectura renovada mantuvo vivo el interés por el quinto elemento como símbolo de algo más grande, invisible y esencial para la existencia.

Fuente: www.clarin.com

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